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Yo miro a Varoufackis y me viene Becquer a la cabeza. ¿Qué es el sexo? ¿Y tú me lo preguntas, el sexo eres tú? El poeta no lo dijo así porque en el siglo XVIII no hubiera «conectado» con la lectoras pero estoy segura de que era lo que quería decir.

Y yo le miro a él, a su chupa de cuero, a su sonrisa, a su cerebro privilegiado (que una también sabe valorar las mentes humanas… a veces) y sé que esa mirada es una invitación. Pero tal vez me equivoque porque a veces parecemos lo que no somos. Ay cuántos disgustos nos dan las “señales”, esas caiditas de ojos, esos toquecitos en los hombres, esas sonrisas que se malinterpretan.

-Pero tía si lo estabas pidiendo a gritos… dice el chavalote con cara de flipado cuando ella le hace una “cobra” de campeonato con tirabuzón y salto triple hacia atrás….

-Pues lo siento, me caes genial, pero vamos que no se me ha pasado por la cabeza enrollarme contigo

-Con los labios aún en forma de ventosa trata de recomponerse… Vale, vale como quieras pero vamos que me mirabas con cara de que tenías ganas de besarme.

El chaval despechado le contará luego a su mejor amigo que la chavala era una “calienta” de campeonato. La chavala le dirá a su amiga que hay algunos tíos que confunden ser simpática con querer algo más. Probablemente se esfumará el buen rollito que había entre ambos y aquí paz y después gloria.

 

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El problema es leer bien las señales. Cómo distinguir una mirada de “quiero follarteeeeeeee” de la mirada “qué majete eres, qué pena que los que me follaría no se parezcan a ti”.
Es la historia de la humanidad. San Valentín necesita una nueva actualización de software para acertar un poco más. Y yo, a falta de Varoufucker, diré lo que siempre me dice una amiga… “dime con quién andas… y si está bueno me lo mandas”.

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