Podían votar con el corazón o con la cabeza y eligieron la primera opción. El orgulloso nacionalismo griego se ha convertido en el mejor aliado del radical Tsipras para propinar una sonora bofetada a Angela Merkel en el rotundo NO de Grecia a la “troika”. Es difícil aventurar qué escenario se abre en Grecia tras el referéndum porque la respuesta de las instituciones europeas, léase la canciller alemana, es tan imprevisible como la del pueblo griego. Si Merkel tira de orgullo aplicará mano dura y forzará la bancarrota griega y la salida de Atenas de la moneda única. Ese supuesto salvaría su dignidad pero solo empeoraría los problemas de una Unión Europea que sale del trance más tocada que nunca. Si la canciller actúa con la frialdad y sosiego que le reclama su socio francés, los demás no pintan nada, aceptará el gesto griego de entregar en bandeja de plata la cabeza de Varoukafis y se dignará a reabrir las negociaciones.
La dimisión del estelar y mediático ministro de finanzas griego es el único consuelo que le queda a Bruselas tras una batalla demoledora que dejará un reguero de cadáveres tecnócratas y una crisis institucional de imprevisibles consecuencias a pocos meses de que uno de sus socios más importantes, Reino Unido, decida en referéndum si quiere seguir o no dentro del club comunitario. La consulta de Grecia tendrá consecuencias en el seno de la Unión y en todos y cada uno de sus socios. El NO a la troika es un contundente apoyo a las tesis de la izquierda radical griega que cabalga a lomos del mensaje de “otra política es posible” aunque esa política pase por la insensatez de no pagar las deudas y presumir de ello.
El trilero primer ministro gana de momento, -veremos si los griegos también-, y refuerza a otras formaciones políticas de corte populista que comienzan a proliferar en Europa. El “efecto Tsipras” puede contagiar a Podemos que aspira a recibir el empujón definitivo para encaramarse como favorita en las encuestas para ganar las elecciones generales.
Sin comentarios