Miles Davis

Ojalá nunca hubiera escuchado Kind of blue. Sólo así podría volver a hacerlo por primera vez, sentir de nuevo lo mismo que aquel domingo en el que Miles Davis sonó inaugurándose en mi salón. He vuelto a escucharlo mil veces. Prácticamente cada domingo desde entonces, y aunque sigue fascinándome, lo que ocurrió aquel día que estrenaba mi vida con aquel disco, ya nunca se repetirá.

 

Me ocurrió también con El Circo del Sol. Hace ya casi 20 años de mi primera vez con ellos. Fui a ver Alegría sin saber muy bien qué era aquello. Recuerdo que me fascinó. No pude cerrar la boca durante todo el espectáculo y el impacto me duró días. Creo que no me he perdido ni uno de sus shows. Inconscientemente busco recuperar las sensaciones de aquella novedad. Pero nada. Ni parecido.

 

En una ocasión me propuse tener una primera vez cada día. No lo conseguí, claro, pero siempre estoy alerta, en busca de estrenarme con algo. Porque por muchos años que tengas, la vieja vida está llena de cosas nuevas. Algunas casi sobrenaturales, pero otras, tan cotidianas como la primera terraza en el primer sol de primavera, el primer bombón de una caja, la primera página de un novelón, el primer café del domingo, el primer concierto de ese grupazo, el primer día de sábanas limpias y crujientes, el primer beso…

Si te descuidas, pasan inadvertidas, pero si mantienes afilado y limpio tu detector, las primeras veces iluminan tu vida, la hacen brillante. Y si las mantienes en el paladar y las saboreas, puedes recuperarlas. Pueden volver a ti en forma de cerilla esos días oscuros. Pueden hacer nuevo lo que ya parecía gastado. No lo estaba, solo había que soplar para hacer volar el polvo que la costumbre había ido dejando, mota a mota. Puedes, casi, convertir en primera vez las segundas, las terceras, las cuartas.

Mientras escribo, suena Kind of blue. No me cuesta recordar que aquel domingo el sol se colaba entre las cortinas. Era primavera. El disco empezó sonando de fondo mientras el olor a café invadía mi casa y yo iba de aquí a allá descalza recogiendo los restos de la semana. Pronto aquella trompeta me atrapó y lo dejé todo mientras seguía sonando y mi café se enfriaba.

Y ahora, cuando lo recuerdo, Miles Davis huele de nuevo a primera vez. Y entiendo por qué lo escucho cada domingo, y vuelve a emocionarme esa trompeta, y vuelvo a dejar que se enfríe mi café, y sé que no puedo permitir acostumbrarme a ese sonido que no me cansará nunca y pienso… menos mal que un día escuché Kind of blue