Pertenecían, al parecer, a Ronald Reagan y están en uno de esos tubitos donde se guarda la sangre para un análisis. Se la extrajeron en el hospital donde se recuperaba del atentado que sufrió aquel 30 de marzo de 1981. Alguien se llevó la muestra a casa y 31 años después, estas gotitas secas se cotizaban alto. En una subasta «on line», habían ofrecido más de 30 mil dólares por semejante reliquia…hasta que el sentido común ha puesto orden a tanto delirio fetichista y…fin a una polémica.

Remontemos el rastro del tubito en cuestión. El laboratorio que analizó su contenido le dio permiso a una de sus empleadas para quedárselo junto al informe de la muestra. La «afortunada» lo guardó celosamente hasta que murió en 2010. Entonces, su hijo lo vendió por 3.500 dólares en una subasta pública en Estados Unidos. Su nuevo propietario, un coleccionista, quiso hacer lo mismo después de que los Archivos Nacionales le dijeran que aceptaban el tubo pero no pagarían por ello.

Así que lo puso en la red de una casa de subastas británica que opera en internet, que se encargó mucho y bien de publicitarlo. Y se armó. La familia de Reagan y la Fundación que lleva su nombre se indignaron hasta estar dispuestos a emprender acciones legales para detener la subasta. Alegaban que atentaba contra el derecho a la intimidad de su familia. También los médicos que trataron y operaron al presidente han levantado sus voces denunciándolo.

Pocos impidieron entonces que parte de las cosas,  que Reagan llevaba cuando ingresó herido de bala, desaparecieran a manos del personal. Un doctor se quedó de recuerdo, por ejemplo,  las grapas con la que cerraron la cicatriz del presidente, otros se llevaron copias de los informes médicos o trozos del traje que cortaron para poder atenderle. Tampoco apareció nunca uno de lo gemelos de oro que llevaba en la camisa…los famosos «golden bear».

Al final, el dueño del tubito con la sangre seca ha recapacitado y lo ha donado a la Fundación Reagan. Y, parece que de momento, todos contentos. Así que ahora paz y después gloria.

La obsesión fetichista existe desde que el mundo es mundo. Y abarca tantos objetos como personas y recuerdos. Por no hablar de las reliquias de los santos….Con algunos casos me cuesta comprenderlo más,  ¿qué sentido tiene guardar en tu casa un tubo con sangre seca o un mechón de pelo o un diente de alguien que ya no está y encima pagar por ello?

Concretando y de vuelta a este inmenso país y sus presidentes, más datos. En 1924, por ejemplo, alguien pagó 6.500 dólares de los de entonces por el traje que llevaba Lincoln cuando le mataron. Se volvió a vender tiempo después por 25 mil y al final se donó al museo del Teatro Ford de Washington donde ocurrió el magnicidio.

En los Archivos Nacionales de Washington se guarda esta camisa ensangrentada. La que llevaba el presidente John F. Kennedy cuando le asesinaron en Dallas. La verdad, impresiona. Quizá sea por la cercanía en el tiempo, por las «frescura» de las manchas, por ser de quien era, por el mito, o por todo. Sin duda, representa un trozo de la historia de Estados Unidos, como otros muchos objetos lo hacen con tantos lugares, momentos y personas.

¿Merecen estar bajo la custodia de museos o de instituciones oficiales? o…¿por qué no en manos de alguien con el dinero necesario para pujar por ellos? ¿de verdad son tan importantes o sólo alimentan el morbo y ciertas fijaciones?