La pena es que él no ha podido verlo. O quizá sí, allá dónde esté. Esta es la historia de uno de tantos héroes anónimos, seres excepcionales que pasan por esta vida dejándose la suya por lo demás, sin buscar condecoraciones ni reconocimientos. Por pura generosidad, por convicción, por amor. Ocurre también que se van demasiado pronto.¿ Por qué él o ella en lugar de los que hacen tanto mal?, nos preguntamos entonces. Uno de esos nombres ha sonado, 60 años después, con todos los méritos en la Casa Blanca. Se llamaba Emile Kapaun y murió a los 35 en un campo de prisioneros de Corea.
Quienes siguen el día a día de la actualidad en la capital de los Estados Unidos coinciden en que la entrega de la medalla de honor, la más alta condecoración militar, es el acto más solemne y emotivo que se celebra en la residencia del presidente. Hay que haber cosechado suficientes méritos y apoyos para lograrla. Se suele conceder además pronto, como mucho dos años después de los actos de valor que han hecho merecerla. Excepto en el caso de Emile Kapaun que ha tardado seis décadas.
Sus compañeros soldados le llamaban «padre». Era el capellán de su unidad. Estuvo destinado en el frente de Unsan, en la guerra de Corea, pero nunca disparó un tiro. Sus únicas armas fueron su fe inquebrantable y un amor por los demás que le llevó a arriesgar su vida para salvar la de sus compañeros, más allá de lo normal en estas situaciones. Se trasladaba en bici de un frente a otro, en medio del fuego cruzado para atender a los heridos, curarles y confortarles. Cayeron prisioneros de las tropas norcoreanas y chinas. En una ocasión, vió como un oficial chino iba a ejecutar a un compañero herido. Kapaun se acercó, consiguió que el otro apartara el rifle y cargó con su compañero. Ese soldado se llama Herbert Miller, tiene ahora 86 años y estuvo esta semana en el homenaje a su rescatador.
Su poder de seducción era tal que en medio de un ataque fue capaz de convencer al enemigo de que pararan el tiroteo. El y los suyos se entregaron y salvaron sus vidas antes de caer fulminados por las balas. Algunos de ellos todavía viven.
Otros testimonios cuentan, que una vez apresados, tuvieron que andar decenas de kilómetros en las condiciones más duras del invierno para las que no estaban preparados y lo más fácil era morir. El padre Kapaun se encargaba de hacer lo imposible para que todos siguieran adelante, tuvieran algo con qué abrigarse y con qué alimentarse. Hasta era capaz de animarles con bromas y siempre con oraciones. Una vez instalados ya en el campo de concentración, le llamaban «el buen ladrón» porque se escapaba por las noches para conseguir comida para todos. «No hubieramos sido capaces de sobrevivir si no hubiera sido por el coraje y la esperanza que siempre nos dio» han contado los veteranos de esa guerra olvidada.
Kapaun cayó enfermo de disentería y neumonía. Lo aislaron en una habitación a la que los norcoreanos llamaban hospital y los prisioneros, la cámara de la muerte. Sin comida, sin atención. A sus compañeros les dijo que no se preocuparan que iba a donde siempre quiso ir. Para sus guardas pidió perdón porque «no sabían lo que hacían». Murió el 23 de mayo de 1951 y lo enterraron en una fosa común en la que aún sigue.
Sesenta y dos años después, el sobrino del padre Kapaun ha recibido en su nombre la medalla de honor de los Estados Unidos. De manos del presidente Obama y ante la mirada y el homenaje emocionado de quienes fueron sus compañeros y a los que ayudó a sobrevivir. Cuando acabó la guerra, le tallaron un crucifijo en su honor y empezaron a pedir la más alta condecoración para su salvador. Pero los años pasaron y su historia, como la de la guerra, se fue desvaneciendo, excepto para los suyos que nunca le han olvidado. Hace unos años, una investigación sobre los relatos de los prisioneros de guerra la rescató y se reimpulsó el proceso para dar a Kapaun lo que merecía.
Se han escrito libros sobre él y la Iglesia ha iniciado el largo camino hacia la canonización. De momento, Emile Kapaun, aquel joven sacerdote de Kansas, está ya en las lista del más alto honor militar y tiene ya el reconocimiento de la sociedad civil. Las televisiones lo dieron en directo y los periódicos lo destacan.
Nunca es tarde para rendir homenaje a quien dio tanto valor a la vida de los demás y tanto sentido a la suya. Ojalá fueramos capaces en nuestro país de valorar así la excelencia humana, venga del bando o del estamento que venga y no sólo cuando se trata de éxitos del deporte. Quizá algún día.
Está claro que hay santos en la tierra incluso en una guerra.
Está claro que hay santos en la tierra incluso en una guerra.
Me ha gustado mucho. Además con la actualidad va muy pegado. Besos Ux
Me ha gustado mucho. Además con la actualidad va muy pegado. Besos Ux
¡Emocionante!
¡Emocionante!
Emocionante, se lo que digo cuando digo que parece escrito por alguien «norteamericano». A mi marido y a mí nos pasó cuando vivimos en USA, y ahora desde España añoramos este tipo de cosas que éste artículo me ha hecho recordar, la carencia que existe en nuestro país del reconocimiento no solo a los «héroes» sino por ejemplo a la excelencia o al esfuerzo, la ausencia de agradecimiento sincero, y de tantas otras cualidades que te transforman y transforman un país.
Emocionante, se lo que digo cuando digo que parece escrito por alguien «norteamericano». A mi marido y a mí nos pasó cuando vivimos en USA, y ahora desde España añoramos este tipo de cosas que éste artículo me ha hecho recordar, la carencia que existe en nuestro país del reconocimiento no solo a los «héroes» sino por ejemplo a la excelencia o al esfuerzo, la ausencia de agradecimiento sincero, y de tantas otras cualidades que te transforman y transforman un país.