Es el “chimpún” perfecto de los días negros. La tierra roja que puede cambiar ese oscuro color de las jornadas que se emborronan, como los dibujos a carboncillo que se te tuercen. Intentas arreglarlo, borrar, borrar… pero ese ambiente opresivo que parecía tan artístico e interesante acaba devorando ese proyecto de ..¿qué era?… Y es entonces cuando debes aceptar que aquello tiene mal arreglo. Ese día ya sólo podría levantarlo Michael Fassbender llamando a tu puerta con esa sonrisa de medio lado… Algo más improbable que un euromillón de esos de récord que salen en las Noticias.
En el ocaso del día en el que ya sabes que a Rhett le importa un bledo lo que te pase, y que no va a haber más fiestas en los “Doce Robles”, sientes el aguijón de la tentación: voy a darle vueltas hasta caer del mareo, tengo que enderezar este día retorcido como una cepa enana. Pero alma de Dios, hazle caso a Scarlett. Ella y mi madre lo saben: “mañana será otro día”
Es una frase con poderes mágicos para mí. Porque cuando encallas, es mejor irse a negro unas horas. La mente humana tiene con mucha frecuencia ese huevo de Pascua oculto tras un atajo de teclado en forma de noche de sueño reparador. Todas tus desgracias se han convertido en un frontón que te devuelve la pelota por muy lejos que intentes tirarla, y encima, te golpea en la cara.
Pon punto final a este día.
Duerme.
Y escucha a Scarlett: “ya lo pensaré mañana”
Mañana tus problemas seguirán ahí, pero habrás dejado de agitar la lata y las burbujas volverán a su lugar. Apagar el mundo unas horas descansa la mente, y sobre todo te aleja. Y ya sabes lo que ocurre cuando la distancia te da perspectiva: los indios siempre parecen más pequeños.
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