EL REY JUAN CARLOS DECIDE ABDICAR EN SU HIJO, EL PRÍNCIPE DE ASTURIAS

Hay muchas luces y alguna sombra en la abdicación del Rey Juan Carlos. Oscura es la precipitación de una decisión que deja en el aire la inviolabilidad del Monarca y que no preveía el aforamiento de la máxima autoridad del Estado después de su renuncia.

Sólo en una Democracia inmadura puede cuestionarse el derecho a fuero del hombre que ha estado al timón del país durante casi cuatro décadas. Esa laguna evidencia la prisa de una decisión, seguramente meditada antes, y acelerada por los acontecimientos políticos y el batacazo del bipartidismo en las elecciones europeas.

 

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El adiós de Don Juan Carlos deja paso a un Rey más y mejor preparado que llega al trono en un momento muy delicado y con infinidad de frentes abiertos. Sus primeros pasos se mirarán con lupa y sus gestos marcarán la pauta de su reinado. En su primera declaración de intenciones el todavía heredero ya ha adelantado que sueña con una España unida y diversa. Un mensaje claro dirigido esencialmente al nacionalismo catalán y sus veleidades independentistas.

 

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La respuesta a esta primera hoja de ruta del futuro Felipe VI vuelve a retratar la mediocridad intelectual e irresponsabilidad política de quienes dicen representar a todo el pueblo catalán. CIU comete un error histórico al negar el apoyo a la Ley de Abdicación. Los nacionalistas catalanes se abstendrán y volverán a ceder al radicalismo de Esquerra que ha estado a punto de lograr el anhelado plantón de Mas en la proclamación del nuevo Rey. Es difícil que los actuales gobernantes de Cataluña caigan más bajo en el pozo de una estulticia donde anida la elemental falta de decoro y respeto institucional. La abstención de CIU y el portazo de Durán i Lleida envenenarán todavía más el debate independentista. El adiós del todavía líder de Unió es una mala noticia dentro y fuera de Catalunya porque se va el único muro de contención en un proceso que rezuma cicuta política. Son gestos que bloquean las escasas posibilidades de diálogo y que dejan con poco margen a un Gobierno que reforzará su filosofía y estrategia. Moncloa tirará de guión para reiterar que sólo responderá con una palabra: Constitución. La abdicación del Rey ha servido para retratar la pequeñez de algunos partidos políticos y de algunos de sus dirigentes.

 

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Artur Mas y su acólito portavoz Francesc Homs empequeñecen y se sitúan más cerca del radicalismo demagógico del líder de “Podemos” que consolida su imagen narcisista con frases simplonas que le alejan del gran icono de la nueva izquierda que se presumía. Da la sensación de que Iglesias se ha hecho mayor antes de tiempo y con escasa enjundia programática. Al menos, así se desprende de sus primeros pasos en cuestiones delicadas. Se suma a la cadena humana de los partidos vascos otrora apoyo político de ETA, apoya el derecho a decidir y rechaza la independencia de Catalunya. ¿En qué quedamos? Y mientras tanto resurge esa España cainita empeñada en reabrir en lugar de dar por cicatrizadas las heridas de las dos Españas. El debate entre Monarquía y República puede ser bueno y hasta democráticamente sano si se hace con mesura y sentido común. Y parece que no es el caso.

 

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