La primera vez llaman la atención. Luego forman parte del paisaje. Podrían parecer dos estatuas más, pero están tan vivos como cualquiera de nosotros. Les marca su historia y una protesta incansable, pacífica, casi silenciosa, sin perdonar un sólo día. A Conchita y a Jon les une un mismo escenario, las calles Washington DC , y una perseverancia a prueba de años. Quizá ni se conozcan entre sí, pero son dos personajes peculiares y no siempre cómodos de la capital de este inmenso país.

Le llaman la vecina del presidente. Se lo ha ganado por méritos propios y desde luego, por antigüedad. Conchita Piccioto (por su ex marido italiano) o Conchita Martín, gallega de Vigo,  lleva casi la mitad de su vida apostada frente a la Casa Blanca, en el número 1600 de Pennsyvania Avenue. Su «campamento» es el acto de protesta política más largo de la historia de Estados Unidos. No sé si está recogido en algún Guinness de los récords, pero se ha merecido un lugar en Wikipedia, muchos reportajes en periódicos y medios y hasta en el cine.

Conchita lleva protestando así contra las armas nucleares, las guerras en general, la corrupción política y las mentiras. No importa quién ocupe la Casa Blanca. Empezó con Reagan y ahí sigue tres décadas después. Lleva un casco-peluca para simbolizar que el peligro de ataque persiste. Se rodea de pósters con fotos y mensajes sobre los estragos de las armas, otras publicaciones y lemas. Tiene su propia web, una edad incierta -nunca lo aclara del todo- y se proclama ciudadana del mundo cuando le preguntan de dónde es. Desde luego, labia no le falta ni tampoco aguante y energía. Haga sol, llueva, nieve o truene.

Su historia llenaría una película y ya se ocupa ella  de contarla a quien quiere escuchar. Hasta Michael Moore le dedicó unos minutos en «Farenheit 9/11″. Habla con lucidez aunque da cierta sensación de que se quedó en algún punto del laberinto de su reinvindicación y de su propia vida. Pero no abandona, nadie la quita de su campamento, ni la policía que rodea la Casa Blanca. Forma parte de la foto y es reclamo para propios y extraños.

Implacable al desaliento es, también, Jon Wojnowski, polaco de casi 70 años. La suya es una protesta  más silenciosa, más discreta e igual de perseverante. Cada tarde desde hace 15 años, Jon despliega su pancarta en la concurrida Massachussets Avenue, en frente de la embajada del Vaticano y rodeado de sedes diplomáticas de medio mundo.  Siempre se coloca en la misma esquina, al lado del mismo semáforo, en la misma acera ya desgastada por la huella de su protesta. Un día tras otro. Todos los meses del año. Sólo faltó cuando tuvo que someterse a una operación y cuentan que entonces, su mujer le tomó el relevo. Quiere denunciar así lo que él considera la cobardía  y la ocultación de los casos de pedofilia por parte y dentro de la Iglesia católica.

No duda en relatar su propia historia si se le pregunta. El mismo, según cuenta, sufrió los abusos de un cura cuando tenía 15 años. Un trauma con secuelas que arrastra todavía. Su pancarta cambia de texto según la época. Una vez reza «católicos cobardes», otra «vergüenza», o frases como «la Iglesia católica esconde la pedofilia». También tiene Jon su propia web, su  plataforma de denuncia on line y una biografía en Wikipedia.

Conchita y Jon forman parte  ya del Washington de cada día. Les echaremos de menos cuando no estén. Quizá quede entonces el recuerdo de dos vecinos que nunca se dieron por vencidos.