amomentoaccidente

Maduré esta pequeña reflexión convencido de que la tragedia no aporta nada a nuestras vidas. Es una tentación inmensamente humana pensar que el dolor es incapaz de generar algo positivo. Primera reacción al goteo de dolor que llegaba desde Galicia la noche del pasado miércoles.

¡Mierda!, piensas. Al carajo decenas de vidas rotas por la desgracia o la imprudencia humana. Es fácil y a la vez muy difícil ponerse en el pellejo de quien viajaba en ese tren o en el de sus familias entregadas a la desesperación mientras marcan una y otra vez el número  de un móvil que guarda silencio como preludio de la muerte. La desgracia cercenó historias de amor, de cariño, de amistad, de pasión. Historias también rutinarias, vulgares, extrañas y especiales. Historias en todos los casos llenas de vida. La muerte es previsible pero no su forma. Nadie cree que morirá en un tren cargado de modernidad y de progreso. Por eso la tragedia de Santiago es aún más punzante e incomprensible.

aconversaciones_del_maquinista_con_la_sala

El paso de las horas y las historias que esconde ese Alvia que descarrila en tierras gallegas desnuda nuestro alma y despierta al superviviente que todos llevamos dentro. El terrorífico dolor ajeno sirve para descubrir que todos nuestros problemas son banales cuando queda un suspiro de vida. Ese drama nos descubre que la peor de las desgracias puede superarse mientras quede ese pedazo de aire al que no pudieron agarrase los 79 muertos en el mortífero muro de una vía ferroviaria. La tragedia gallega ha servido para demostrar, una vez más, que lo mejor de nuestro país está en sus gentes. Gracias a esa tragedia supimos que cualquier desgracia es superable mientras quede un hálito de oxigeno en nuestros pulmones. El peor de nuestros problemas, la mayor de nuestras preocupaciones se quedan pequeños al recordar a quienes nos dejaron y al pensar en ese maquinista convertido en un muerto viviente perpetuamente perseguido por la fatalidad. Nada calmará su angustia en la misma medida que nada, ni nadie podrá compensar las vidas que comenzaron a apagarse al subir en un tren que veíamos como prodigio de modernidad, progreso y seguridad. Era nuestro tren.

aesposado

También el de ese hombre de 52 años que asume su imprudencia y es tratado como un delincuente por una Policía convertida en fiscal implacable. Duele ver esposado al maquinista antes si quiera de dar su versión ante el juez.Tratarle como un terrorista o un narcotraficante por un error humano no resulta para nada ejemplar por mucho que duelan, y duelen de verdad, las 79 vidas rotas.