Llevo la mochila cargada con más de 1.200 kilómetros de rodajes y 16 semanas de esfuerzos. Aterrizo con el gesto cansado por el largo viaje y con la inseparable sonrisa bobalicona que acompaña a cualquier runner que tiene cita con el maratón. Este no es uno cualquiera,no es uno más. La ciudad luce sus galas y presume orgullosa del maratón más antiguo del mundo con 119 años de recuerdos.
El monitor de la puerta de embarque marca el número de vuelo. El IBE 6165 con destino a Boston está a punto de salir. La foto de turno que nos inmortaliza en todos los aeropuertos es la señal de que otra aventura está a punto de comenzar. Afronto mi décimo cuarto maratón junto a ese grupo de locos maravillosos que parieron el Comando berlinés hace cuatro años y medio y que llevan quemando zapatillas de carrera en carrera hasta superar con esta prueba los 100 maratones. Otra razón para convertir Boston 2015 en algo muy especial para nosotros. El vuelo se consume con las inevitables conversaciones sobre planes de entrenamiento, ritmos de competición, objetivos individuales y perfil del recorrido. Sabemos que vamos a una carrera exigente porque hemos leído mucho y , sobre todo, porque hemos escuchado testimonios que dan fe. @rafavega y @manumarlasca ya avisaron. Es dura y mala para hacer marca. ¿Más dura que Nueva York?, pregunté en alguna ocasión.
No quiero recordar la respuesta porque llego a la cita convencido de que los deberes están hechos y dispuesto, pase lo que pase, a disfrutar compitiendo. Al fin y al cabo, uno se machaca tanto en los entrenamientos para sufrir menos en la competición. Ya sabemos que la primera mitad de la prueba es rápida y somos conscientes de que la segunda será especialmente dura cuando la mítica cuesta de los rompecorazones estampe su crudeza a pocos kilómetros del final. El viaje ha servido para situar a Hopkinton en el mapa, -el pequeño pueblo donde se da la salida-, repasar el perfil milla a milla y ojear, una y otra vez, las anotación sobre las previsiones del tiempo. La carrera se antoja dura porque Boston amanecerá el lunes 20 de abril con poco más de cinco grados y un fuerte viento que si sopla de cara arruinará las marcas. La lluvia amenaza con afear el “Día del Patriota” y hacer todavía más infernal una prueba muy exigente.
La llegada al aeropuerto de Boston depara el tradicional y engorroso trámite del control de inmigración,-el momento más pesado y a veces desagradable de los viajes a Estados Unidos-, antes de comenzar a respirar el espíritu del maratón. Llegamos a la capital de Massachusetts con ganas de bebernos de un trago todo lo que destila a una carrera que se presenta única. Los anuncios en las calles, las vallas publicitarias, los comercios engalanados. Estamos a punto de vivir otro de los momentos míticos del maratón, Vamos a la Feria del Corredor de uno de los cinco maratones Majors. Buena parte del grupo completa en Boston el círculo mágico de las grandes con Nueva York, Chicago, Berlín y Londres. Después se añadiría Tokio como Major pero eso es otra historia…
En la feria, recogida de dorsales y visita obligada al stand del patrocinador oficial de la prueba donde las tarjetas Visa echan humo y pierden calorías.
La siguiente cita será en la meta. En ese tramo repetido hasta la saciedad por periódicos y televisiones durante los dos últimos años. Los dos que han pasado desde que un par de terroristas lunáticos colocaron sus bombas para intentar romper el sueño de miles de corredores. Pisando la línea de meta recordé lo escrito en abril de 2015 para “El Universo de Martina” horas después de la tragedia. “Correremos sin miedo”. Y el lunes lo haremos. Correremos sin miedo porque nadie nos robará un sueño que comenzaremos a vivir 25 años después del 20 de abril del 90.
¡Adelante, Comando Berlinés!!! A por otro reto….y a por otro triunfo! Sois mi ejemplo!.