Diez años después hay quien sigue preguntándose si los autores del 11-M llegaron de montañas lejanas o estaban agazapados entre nosotros. Una década después de la infamia no preocupa tanto quien estuvo detrás de la masacre sino porqué lo hizo. El paso del tiempo no logra desterrar la sensación de impotencia al constatar que un puñado de terroristas logró cambiar formas de vida y hasta de Gobierno. Lo preocupante es la sensación de que la historia podría repetirse y de que la reacción de unos y otros resulte idéntica. Con la perspectiva del paso del tiempo resulta insultantemente patética la reacción de un presidente del Gobierno rehén de un planteamiento intelectualmente simplista que derivó en el axioma de que la autoría de ETA le daba para revalidar la mayoría absoluta y la de Al Qaeda le hacía perder las elecciones.
Sólo hay algo peor y más grave que un Gobierno mentiroso: un Gobierno que mienta a sabiendas. El PP de José María Aznar hizo una nefasta gestión mediática de los atentados del 11-M y bien que lo pagó pero tampoco tiene muchos motivos para enorgullecerse el partido que se alimentó del desastre para recuperar el poder. Todavía escuece el ejercicio de manipulación informativa protagonizada por los medios afines al PSOE «improvisando» programas especiales perfectamente diseñados y organizados horas antes para llenar la sede del PP de indignados manifestantes. Diez años después duele la actitud sospechosamente ventajista del hoy líder socialista con la frase convertida en eslogan de una campaña electoral exprés. «No merecemos un Gobierno que nos mienta» proclamaba Pérez Rubalcaba cual tahúr que jugaba con cartas marcadas. Manejaba informaciones policiales que le llegaban mucho antes que a la cúpula de Interior del pobre Ángel Acebes que firmó el «papelón» que acabó enterrando su carrera política. Acebes, y por supuesto Aznar, sabían que no había sido ETA del mismo modo que Rubalcaba era consciente de que estaba usando vilmente el mayor ataque terrorista de la historia de España para volver al poder.
Ni unos, ni otros, estuvieron a la altura que requería la memoria de las víctimas. Desde entonces, hemos visto gobernar primero a Zapatero y después a Rajoy. Diez años para poner en su sitio a los actores principales de la infamia del 11-M. Hoy el PP es un Partido al que solo cohesiona, y de mala manera, el poder y con problemas graves en su dirección nacional, en Andalucía, Catalunya y País Vasco. El PSOE se ha convertido en un personaje atribulado en busca de autor sin saber muy bien a qué y con quien jugar. Ambos se desangran electoralmente en vísperas de unos comicios europeos que serán el preludio de una España que saldrá políticamente fragmentada de las próximas elecciones generales. Ambos pagan sus errores diez años después mientras comienza a tomar cuerpo la estrategia de una gran coalición PP-PSOE para después de las elecciones de 2016. Quizás no sea un mal escenario del todo aunque cueste mucho creerlo cada vez que recordemos aquellos malditos trenes.
EL PASO CAMBIADO
La crisis de Crimea ha sorprendido una vez más a la Unión Europea con el paso cambiado víctima de su patética debilidad. No extraña tanto el papelón de Bruselas como el ridículo de un Barack Obama retratado como nunca por la firmeza de Vladimir Putin. Occidente juega con fuego en Ucrania al bendecir una revolución contra un dirigente elegido democráticamente por muy corrupto, inútil e incapaz que resulte a los ojos de la gente de bien. Bruselas y Washington deben medir muy bien donde ponen el límite a estas revoluciones de plaza mayor entre otras cosas porque nadie sabe donde puede llegar la próxima.
que puede resultar corrupto Bendecir la primera revolución
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