No queda otra. Si el sueldo no da o ni siquiera hay posibilidad de cobrarlo, el mejor refugio es el hogar familiar. Muchos, que se independizaron buscando su propia vida,  ahora vuelven a casa. No me refiero a España donde siempre hemos tardado más en «dejar el nido». Es en Estados Unidos. Uno de cada cinco jóvenes entre 25 y 34 años vive con sus padres o con otros familiares. Datos de un retorno que no se registraban desde los años cincuenta.

Y eso que aquí no están ya en recesión. La economía estadounidense va creciendo, aún muy lentamente, pero algo es algo. Sin embargo, no parece suficiente para recuperar la independencia juvenil al que este inmenso país estaba acostumbrado. Esa idea, de que los hijos salen de casa con 18 años al «college» y ya no regresan, se va alejando del sueño americano en estos tres últimos años. Lo dicen las estadísticas del último censo y del «Pew Research Center».

Acuciados por los préstamos que todavía tienen que devolver por sus carreras, con trabajos precarios, la necesidad de ahorrar y sin prisa por emparejarse o casarse,  son cada vez más los que no pueden permitirse vivir por su cuenta. Se les llama «la generación boomerang». Probaron suerte y vuelven a casa a la espera de que se arreglen las cosas, de que llegue un futuro mejor.  Les ha pasado a casi el 30 por ciento de las familias americanas. Un aumento de más de seis puntos con respecto a 2005.  Más de la mitad de los que tienen entre 18 y 24 siguen viviendo con sus padres.

Los expertos se han puesto a analizar este fenómeno. Las causas ya las conocemos y les preocupa sus consecuencias. Por ejemplo, en el mercado inmobiliario. El retraimiento de las jóvenes generaciones y ese querer retrasar la vida de adulto frena también el alquiler, la venta de casas y… toda la industria que hay detrás -que nos lo digan en España-. La economía no se recupera al ritmo necesario, aumentan los deshaucios y las casas sin habitar -calculan que han aumentado en más de dos millones las viviendas vacías-.

En esto se va pareciendo Estados Unidos a una realidad que en España y en países de nuestro entorno la tenemos más asumida. Superamos de largo las cifras de la primera potencia mundial en cuanto a quedarnos en casa y triplicamos a los países nórdicos, más acostumbrados aún a que sus jóvenes se busquen la vida fuera del hogar familiar.

Otras consecuencias son las psicológicas, las afectivas,  lo que afecta a la autoestima, o dejarse llevar por el complejo de «peter pan»,  o lo que supone en la relación con los tuyos,  en fin…daría para otro blog.

Está claro que las razones en nuestro caso son económicas, por supuesto, pero también las hay culturales. Vivir en casa de los padres pasados incluso los 25 está mucho más enraizado o más aceptado en nuestra vida mediterránea, como lo está también en Portugal o en Italia.

En Estados Unidos es, o ha sido, otra cosa. Recuerdo una vez que le comenté a una amiga americana, lo que tardábamos en independizarnos en España y me contestó  «pero… ¿eso es lo que quieren las familias allí?» Me temo que ya no, como aquí tampoco.