Cuatro años buscando información, investigando, consultando a expertos y rebuscando en mi pasado en busca de una explicación, para acabar llegando a la conclusión de que la culpa era mía, y solo mía. Y ahora resulta que no… que la responsable de que mi hijo sea hiperactivo es una esponja que vive bajo una piña en el fondo del mar.
Manda huevos…

Lo había escuchado muchas veces en boca de la pediatra: “hija, qué quieres, tienes un hijo hiperactivo”, pero siempre pensé que era una frase hecha, pronunciada con mucha alegría y ninguna base científica.
Pero aquel día, en la consulta del neurólogo, mi hijo decidió realizar una auténtica exhibición: en apenas 10 minutos dejó su huella en todos y cada uno de los objetos que el médico tenía en su despacho (alguno pasó a mejor vida), se sentó y se levantó una docena de veces, y lanzó preguntas a diestro y siniestro, sin esperar la respuesta. El diagnóstico -confirmado poco después por un estudio más exhaustivo- se hizo evidente: trastorno por déficit de atención con hiperactividad

Inmediatamente me propuse averiguar qué era aquello, cómo se trataba y –sobre todo- de dónde venía. Y lo primero que encontré fue la GENÉTICA.

Recordé entonces mis años escolares, aquellas interminables horas de explicaciones que yo ni escuchaba, casi siempre en la última fila y otras veces expulsada de clase. Recordé también a uno de mis hermanos, al que los vecinos solían traer a casa cuando le encontraban explorando el barrio saltando de tejado en tejado… Es muy inquieto, decían… Estaba claro: el origen de la hiperactividad de mi hijo estaba… ¡en mis genes!

Pero seguí indagando y entonces encontré un estudio de la Universidad americana de Cincinnatti según el cual, los niños de madres que fuman durante el embarazo, tienen más probabilidades de sufrir un TDAH. Ahí estaba otra vez: el recuerdo de aquellos cigarrillos furtivos con los que calmaba la ansiedad mientras mi hijo crecía dentro de mí. El TABACO era sin duda el culpable de que mi hijo llevara incorporado un motor. 

Mi investigación no terminó ahí: buscando me topé con otro estudio de la Sociedad de Psicología Británica, que asocia el ESTRÉS PRENATAL al 15 por ciento de los casos de TDAH en niños. De nuevo mi imagen cinco años atrás, con una barriga de varios meses atendiendo la casa, a mis otros dos hijos, la pareja, el trabajo… Ahora era mi hijo quien pagaba las consecuencias de mi actuación estelar como «superwoman».

Y cuando todas las pruebas apuntaban hacia mí apareció él, el verdadero culpable, el responsable -según la Universidad de Virginia- de buena parte de los problemas de atención en los menores de 4 años: Bob Esponja Pantalones Cuadrados.

Asegura el estudio publicado por la prestigiosa Pediatrics que el ritmo frenético del personaje limita la capacidad de aprendizaje y comprensión de los pequeños, y reduce su habilidad para resolver problemas.

Solo espero que esos sesudos científicos sigan tirando de la manta y descubran toda la verdad sobre la influencia que el resto de habitantes de Fondo Bikini ejerce sobre nuestros hijos: ¿qué hay del pusilánime, vago y ocioso Patricio, el sarcástico, insensible y agresivo Calamardo, o el egoísta explotador de trabajadores Sr. Cangrejo?

Aún hay mucha tela que cortar.



PD: Gracias por permitirme este post-desahogo, que se sale un poco de mi temática (los cables y todo eso), aunque ahora que lo pienso, la tele también se enchufa, ¿no?