Los italianos de Armani y Prada, los británicos de Stella McCartney, los norteamericanos de Ralph Lauren. Nosotros de una infumable marca italo-rusa que tendría serios problemas para colocar sus modelos en los mercadillos más cutres de nuestra geografía.

 

En otro momento, el atuendo de los atletas olímpicos en los Juegos de Londres sería sólo objeto de chanza o gracieta para alegrar conversaciones de amigos y familiares. Ahora no. Ahora es mucho más grave. La imagen que van a dar nuestros deportistas si alguien no lo remedia a última hora cuadra a la perfección con las miserias actuales de la marca España. Sin prestigio, sin personalidad, sin ideas. La decadencia de nuestro país podría plasmarse durante la cita más mediática del mundo.

Imaginar a Nadal o Gasol vestidos de esta guisa frente a las estrellas de la NBA o al gentleman Federer provoca hilaridad, sonrojo y vergüenza ajena. A España -un país ninguneado y humillado en medio mundo-, sólo le faltaba hacer el ridículo en los Juegos de Londres por la torpeza de unos dirigentes del Comité Olímpico que han prostituido nuestra imagen por un puñado de euros.

El episodio de la ropa «poligonera» define a la perfección la situación de un país a la deriva sumido en un pesimismo que va consumiendo cualquier atisbo de talento. Un país donde cualquier noticia empeora a la anterior. Un país donde cualquier dato económico hace bueno al anterior. Un país al que nadie cree por muchas y aparentes medidas que intente adoptar este Gobierno abonado a los viernes de calvario.

Los ciudadanos contemplan con estupor y preocupación cómo, una tras otra, ni una sola medida de ajuste ha servido para taponar la sangría del paro, devolver la confianza a los mercados o frenar el estrépito de la Bolsa. Ni la reforma laboral, ni la financiera, ni los planes de ahorro, ni los «tijeretazos» en Sanidad y Educación han dado aire a una sociedad que se ahoga en sus miserias obligada a dejar de mirarse en el espejo de los más ricos para retratarse junto a sus vecinos griegos o portugueses. O lo que es peor, sentirse humillada por los antaño hijos de la madre patria.

Lejos quedaron las pretensiones de tener silla propia junto a los países más ricos y poderosos -el G-7-, o los anhelos de competir en la Champions League de nuestra Economía.  Ahora, en el mejor de los casos, peleamos para no descender a Segunda B.

Nadie duda de que el Gobierno esté tomando medidas. Otra cosa es que lo esté haciendo con criterio y acierto. La obsesión de los «chicos» de Rajoy por gobernar a golpe de susto en cada Consejo de Ministros  parece más fruto de la reacción de una banda que ejecuta sin ton si son, que efecto de una estrategia seria y calculada.

 

Comunican poco y mal y disimulan peor. Aquí ni siquiera nos queda el consuelo de ver alguna que otra lágrima en los ojos del ministro de turno encargado de anunciar la tropelía a nuestros bolsillos. Aquí, ni eso. Y luego les extrañará que los jóvenes vuelvan a la calle el 15-M. Y habrá algún panfleto metido a altavoz mediático que le restará importancia. Así les va. Así nos va.