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Se acabó lo que se daba. Murió el bipartidismo de la prepotencia, la soberbia y el aburguesamiento mal entendido. Las elecciones europeas dejan una victoria pírrica del PP, un batacazo monumental, doloroso y posiblemente incurable a corto plazo del PSOE, un menor crecimiento de lo esperado de IU , la espectacular e ilusionante irrupción de un nuevo fenómeno político engendrado en el 15-M y bautizado como Podemos, la consolidación de UPYD y la esperanzadora entrada en la vida parlamentaria europea de Ciudadanos. Victoria triste y amarga del PP y desastre sin precedentes de un PSOE obligado a soltar lastre y remover su conciencia ideológica. En horas, Alfredo Pérez Rubalcaba deberá comparecer y dar la cara en una presencia pública donde ya solo sirve la dimisión de una dirección que ha llevado al desastre al Partido Socialista. El batacazo de Elena Valenciano debería suponer el fin de la carrera política del hasta ahora incombustible Alfredo Pérez Rubalcaba.

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El PSOE está abocado a una rebelión interna y posterior reinvención donde no hay cabida ni para ideas arcaicas, ni para medias tintas. Tampoco tiene muchos más motivos de orgullo el PP de un Cañete que pasará a la historia por los mediocres resultados y por un exabrupto que retrata a quien lo dice. Su machismo en campaña ha podido resultar decisivo para entender unos resultados que alumbran un histórico cambio con la irrupción de un partido hecho a si mismo en apenas unas semanas. El resultado de Podemos es el notición de una noche electoral donde se ganan el derecho a soñar los Ciudadanos de Albert Rivera.

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UPYD crece y salva los muebles y Esquerra logra un resultaron único al rentabilizar la apuesta soberanista y derrotar por primera vez a la Convergencia de un Mas que ahora sí está metido en un buen lío. Gana el independentismo en Catalunya pero ni siquiera los partidarios del referéndum tienen motivos para presumir. Las tres fonaciones que apoyan la consulta suman el 55 por ciento de los sufragios en un escenario donde parece que ni un solo voto soberanista se ha quedado en casa. La total movilización de su electorado da para una victoria clara en unas elecciones de medio pelo donde la abstención es la fuerza mayoritaria pero genera dudas de que pasaría en unos comicios donde el voto a favor o contra la independencia sea decisivo.

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La noche del 25-M es, en definitiva, la del principio del fin de las opciones políticas tradicionales lastradas por el hastío de la crisis y por una corrupción galopante. La extrapolación de los resultados a unas generales constatarían que la gran coalición salvaría la mayoría absoluta de forma agónica. Buena noticia para la Democracia y no tanto para la gestión de un país que necesita gobiernos fuertes para dejar atrás la crisis y crea empleo a buen ritmo. Más allá de lecturas internas, el 25-M supone la radicalización de la vida política europea escenificada como nunca en el histórico triunfo de la extrema derecha en Francia. Corren nuevos tiempos y parece que no necesariamente todos vayan a ser buenos.