Hoy lunes 15 de junio un tipo se levanta concejal de Cultura del Ayuntamiento de Madrid. Se llama Guillermo Zapata, ocupa el cargo desde el pasado sábado y si todo fuera coherente debería pasar a la historia política como Guillermo el breve. Al personaje en cuestión le gusta el humor negro y le apasiona hacer chistes sobre el holocausto judío y las víctimas de ETA.
Le gusta tanto que desde su talla de intelectual de nuevo cuño plantea un debate sobre la libertad de expresión y los límites del humor. Zapata publicó en 2011, -sí hace cuatro años como si la estupidez tuviera un plazo de prescripción-, una retahíla de tuits ofensivos contra un colectivo que se ha dejado millones de vidas solo por su raza y creencias. Hasta hoy uno pensaba que era imposible encontrar, dentro de la izquierda, a un cargo público que justificara y jaleara los crímenes del nazismo pero Zapata ha roto todo los moldes. Lleva dos días en el cargo y se aferra a él con más fuerza que los miembros de la denostada casta. Insiste en qué todo es fruto de un humor negro y yo le pregunto señor concejal que se resiste a dimitir ¿Dónde está la gracia de sus chistes tuiteros. Dónde majete?
LAVADO DE CARA
La nueva España echa andar con un relevante cambio de color político en medio país. El relevo en los Ayuntamientos plasma el inicio de una nueva era y el final del bipartidismo de las apabullantes mayorías absolutas. El resultado de las elecciones municipales y autonómicas dejó un “tufillo” de fin de ciclo al abrir la ventana de la regeneración a golpes de pacto. El Partido Popular sabe hoy más que nunca que su victoria pírrica supuso perder las alcaldías de Madrid, Valencia, Sevilla o Valladolid, por destacar solo las más emblemáticas.
El 24 de mayo,- más allá de un notable cambio de caras y siglas-, fue en realidad el inicio de una maratoniana campaña electoral que culminará a finales de noviembre con un nuevo Gobierno obligado al diálogo. La gran duda ahora es saber cómo afectará en el electorado la estrategia de pactos de las distintas formaciones. A priori, socialistas y Ciudadanos son quienes más se han jugado en su toma de decisiones. El partido de Rivera tiene la obligación moral de explicar a sus votantes que su estrategia es fruto de una visión de Estado y no de sus ansias de acumular poder. El PSOE lo tiene todavía más complicado porque difícilmente podrá explicar la decisión de ceder a un grupo independentista la alcaldía de Valencia y la vicepresidencia de la Comunidad donde se ha cerrado un apaño de tripartito muy parecido al que convirtió en fuerza casi residual a la antaño apisonadora electoral del PSC en Catalunya.
Las generales medirán la gestión de las alcaldías que han ido a manos de Podemos y también el grado de recuperación de un Partido que fía su suerte a la gestión económica y a la remodelación del Gobierno desinflada por el propio Rajoy. En el baile de cambios suenan caras importantes con Cristóbal Montoro y José Ignacio Wert liderando las apuestas para dejar Moncloa por la puerta de atrás. El calado del relevo,- cambio de motor o simple lavado de cara con reparación de chapa y pintura-,calibrará las ganas de Rajoy de afrontar la batalla más dura de su carrera política. Perdió otras veces pero nunca viniendo de la mayoría absoluta y antes del posible desastre alguien de su entorno debería recordarle que la primera premisa para ganar es desearlo con todas las fuerzas.
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