Fue a Berlín como quien no puede perder nada porque ya lo perdió todo. El emblema de nuestra  política macroeconómica se comportó, por unas horas, con la desesperación propia de quien ve como los causantes de su bancarrota le dejan en la calle. De Guindos se presentó en la capital alemana con el mismo ímpetu de quien está dispuesto a volar todo el edificio   antes de que el Banco se quede con su casa. Harto de la maldita presión de los mercados y de tanta humillación de la bussines class de la Unión Europea, De Guindos  jugó su baza. No era un as en la manga. Era la única que tenía. El ministro echó un órdago y advirtió de que no era un farol.Trasladó a su colega germano de nombre difícilmente pronunciable una idea barruntada en el entorno de Moncloa durante las últimas semanas. «Si los mercados no nos creen , si la Unión Europea no nos defiende, si el Banco Central Europeo no nos ayuda, nos vamos al carajo». De Guindos puso encima de la mesa la cifra milagrosa que salvaría a España del desastre y a más de uno le temblaron las piernas cuando echó cuentas. Los 300.000 millones, -eso apuntan las filtraciones-, sólo serían los primeros. Después la factura  aumentaría hasta límites en absoluto asumibles por la zona euro hasta desembocar en la quiebra de España que arrastraría a Italia que a su vez se llevaría por delante a los bancos franceses que harían caer a Bélgica. Y sigue, y sigue… En una palabra, el DESASTRE.

 

Es curioso como un escenario tan caótico y pesimista puede encontrar la solución en un puñado de palabras. Bastó el pequeño susto que se llevó la locomotora europea  para que apenas un día después un señor de nombre Mario pronunciara una balsámica frase: » haremos todo lo que sea necesario para salvar al euro». Habló el Dios de las finanzas y se obró el milagro. La prima de riesgo española comenzó a caer en picado, soltó el lastre de los 600 puntos y provocó el mayor suspiro que se recuerda en Moncloa en muchos meses. Una frase de Dragui, una sola frase que simplemete era una declaración de intenciones, tuvo un mayor efecto balsámico que la retahíla de recortes y medidas aprobadas por el Gobierno de Rajoy. Pero que nadie se llame a engaño. El problema no está resuelto. Alemanes y franceses,- ya recuperados de la amenaza autodestructiva de De Guindos-, volverán a apretar. No dejarán que España muera por asfixia o ahogamiento pero no levantarán el pie de nuestra cabeza. El agua seguirá, amenazante, en nuestro cuello. Y si no, al tiempo en un mes de agosto poco luminoso y muy negro.

EN CLAVE DE SUCESIÓN

 


Doy vueltas y vueltas y no logro entender la estrategia de quien hasta poco era uno de los ministros,- si no el que más-, mejor valorado. El hombre talentoso, el conservador más «progre», el eterno aspirante a Ministro tras pasar por la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, defiende una Ley vejatoria y humillante propia del más rancio ideario político. Cuando Gallardón defiende que la malformación del feto no sea motivo para abortar se convierte en un ser oscuro y cavernario.

Negar a la mujer el derecho a decidir, en cualquier circunstancia, insulta el progreso. Negar el derecho a decidir en una dramática situación personal retrata a quien disfruta con la crueldad. No sé qué tiene en la cabeza el ministro de Justicia para plantear una reforma legal sólo aplaudida por una, por fortuna , minoritaria base social. No lo  entiendo salvo que se trate de una jugada estratégica para alejarse de su cartel de chico «guay» y verso suelto del PP. Quizás sea un guiño para el ala más dura de los votantes de derechas y situarse en un lugar privilegiado en una hipotética carrera por suceder a Mariano Rajoy. Hay quien pensará que con este movimiento pierde  adeptos en el electorado  centrado. Tan cierto como que tiene tiempo y ganas de hacer otros guiños y virar a la izquierda pare recuperar el tiempo y el territorio perdidos.