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Un país que no cuida la Educación de sus hijos está condenado a la miseria. Una sociedad donde los partidos políticos con vocación de Gobierno no logran pactar un modelo educativo está moribunda. La miseria intelectual de una España que agoniza se retrata en la ruptura parlamentaria que ha generado la Ley Wert. En la incapacidad de PSOE y PP para consensuar un proyecto común en las aulas está el origen de los males de una nación milenaria, -la más antigua de la vieja Europa-, que no termina de encontrarse a sí misma. Mal vamos si los dos únicos partidos con opciones reales de gobernar España son incapaces de cerrar un pacto de Estado en la única materia donde la sensatez y la responsabilidad deben imponerse a los intereses partidistas. Y peor iremos si el ministro de Educación, con su crónica y mediocre chulería, no toma nota de su soledad en una Ley que no ha contado con un solo apoyo más allá de las filas del PP. Da tanto miedo la sonrisa forzada del ministro Wert como el rostro de satisfacción del señor Rubalcaba en la foto compartida, entre otros, con los herederos de ETA, los adalides de la ruptura de España y los inconscientes portavoces de lo más parecido a movimiento antisistema.

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Cruel retrato de una España moribunda por mucho que se empeñen los voluntariosos ciudadanos que pasean con orgullo su bandera el día de la Fiesta Nacional en las calles de Madrid y Barcelona.  Hacerlo en la capital es menos meritorio que plantar cara al totalitarismo nacionalista implantado en Catalunya por un inquilino del Palau de la Generalitat que hace tiempo que dimitió de sus funciones para erigirse en portavoz sólo de una parte de Catalunya. Tienen mucho mérito las miles de almas, tan catalanas como españolas, que desafiaron la maquinaria propagandística de los Goebbels de nuevo cuño adornados por el invento de una bandera,- la estelada-, que reniega y entierra los verdaderos símbolos catalanes que los independentistas dicen defender.

 FEA Y PEPERA

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Nadie necesitaba esa ración de sonrojo, zafiedad y vergüenza ajena que dieron los cientos de sindicalistas apostados en los juzgados de Sevilla para acosar a una juez. No era necesario verlos para comprobar, una vez más, que el sindicalismo español está muerto desde hace varios años. La llamaban «fea» y «pepera» , con el rostro secuestrado por el odio, para defenderse de las acusaciones de corrupción de una magistrada que ha destapado las supuestas irregularidades en el sindicalismo andaluz. A esa vomitiva turba le parece razonable, por ejemplo, que los gastos destinados para ayudar a los parados se reconviertan en raciones de langostinos o en pagar la fiesta «pancartera» contra la reforma laboral. Lo grave no es la cortedad intelectual de este grupo de hooligans que destapó su rancio machismo para insultar, acosar y amenazar a la juez Alaya. Lo realmente grave es que quienes les lideran callen o bendigan la tropelía.