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Mi madre no fue una gran lectora, lo cierto es que nunca vi en sus manos un libro. Prefería las revistas y los periódicos ojeados con prisa. No pudo darme muchas consignas sobre qué debía leer una adolescente, pero a cambio me dio algo mejor. Iba por su cuenta a las librerías o a El Corte Inglés y compraba títulos que yo había comentado de pasada en casa o de los que ella oía hablar en la tele y en la prensa. Sin criterio, pero con ganas, me obsequiaba a menudo con regalos inesperados. En el fondo, pues, ella plantó la simiente de la agradecida y feliz lectora que llegaría años después.

Por el contrario, mi tía Antonieta, su hermana mediana (tengo otra, Julieta, ambas, mis otras madres), es una consumidora de libros de manual: impenitente, exigente, criticona, nada conformista, voraz, discutidora, mordaz… Una joya, vamos, y lo digo sin segundas intenciones. Mi querida tía tuvo a bien regalarme hace unos años una saga que está entre lo más selecto que he leído en mi vida: los libros de John Mortimer Un paraíso inalcanzable y El regreso de Titmuss (Libros del Asteroide), una saga deliciosa sobre una familia inglesa, los Simcox, y una fábula sobre el poder de la política, que les recomiendo.

Como el día de la Madre ya está aquí, he recurrido a varias personas de mi entorno para que me recomienden qué regalarían a las suyas en un día tan señalado. Y esto me han recetado mis amables colaboradores, todos ellos generosos lectores y buenos amigos:

 

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Mi prima Puy a su madre, mi tía Antonieta: Herejes, de Leonardo Padura (Tusquets). “Porque es una gran novela policíaca, que mezcla el pasado con el presente y el pasado de manera magistral. Te capta de la primera a la última página. Y porque es una de las mejores novelas de este autor cubano. Ella merece leerla”.

 

 

 

 

 

 

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Mi amigo Luis, a la suya, Juana: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. “Además de ser un clásico, abandera el realismo mágico, la corriente literaria que ilumina cualquier realidad, por dura que sea. Y mi madre pertenece a esa generación, nació en el 36, que tuvo que echar mucha imaginación y darle mucho color a momentos que pintaban muy grises. Y, lo mejor, es que lo logró desde la ignorancia, desde la inconsciencia;  desde la tozudez por desear para los suyos burbujas de felicidad en ambientes ásperos. No sé verá reflejada en absoluto en el texto de García Márquez, cuyas escenas transcurren en un Caribe tan alejado de su meseta castellana, pero su lectura la reconfortará y provocará una merecida sonrisa, como la que ella nos provocaba a nosotros”.

 

 

 

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Mi eterna compañera Uxía, a la Begoña: No madres, de María Fernández-Miranda (Plaza y Janés). Porque ella, mi madre, ha tenido cinco hijos y este libro te ayuda a ver que otro tipo de vida es posible”.

 

 

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Mi amiga Beatriz, escritora además, a Consuelo: Celia en la Revolución, de Elena Fortún. “El libro estuvo prohibido en el franquismo, pero hace poco fue reeditado. En él aparece una Celia adolescente que debe sobrevivir en medio de la guerra civil. Es una crónica de nuestra historia desde el punto de vista de la gente corriente, como mi madre”.

 

 

 

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Lorena, la más joven de mis compañeras de trabajo a Eva: La magia de ser Sofía, de Elisabet Benavent. Le encanta esta autora, alias @BetaCoqueta. Y así, después se lo puedo robar yo”.

 

 

 

 

 

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Nieves, futura sicóloga, a Mariló: Mil soles espléndidos, de Khaled Hosseini. “Porque enseña hasta donde puede llegar el amor de una madre, como sé que llegaría el de la mía”.

 

 

 

 

 

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Y mi sobrino Jorge, músico talentoso, a Pilar, mi hermana. Ébano, de Kapuscinski. “Trata de África, en su totalidad y en su parcialidad, con una narrativa inteligente. El autor tenía por este continente el mismo cariño y respeto y curiosidad que tiene mi madre”.

 

 

 

 

A esto sólo puedo añadir, ¡que viva la madres que les parió!