Botella descorchó la botella e invitó a Rajoy. El bochornoso incidente de Esperanza Aguirre tiene un calado político de gran envergadura. Alivia a Mariano Rajoy y da oxígeno a la actual alcaldesa que ve fuera de la carrera por el sillón de la capital a una de sus grandes adversarias. Aguirre está políticamente incapacitada para ejercer cualquier cargo público. Su actitud chulesca y sus patéticas explicaciones y justificaciones despejan el tortuoso camino del PP en la elección de candidatos para Madrid. Ha enterrado todas sus aspiraciones en una de las calles más emblemáticas del centro de la capital, a muy pocos metros del despacho de la presidencia de la Comunidad que tantos años ocupó. No sobraría una placa en la Gran Vía con el epitafio de “aquí murieron los sueños políticos de doña Esperanza . Liberal recalcitrante y anglófila apasionada, Aguirre olvidó la primera norma del manual de cualquier político de altura que se precie. Olvidó que no está por encima del bien y del mal y que tampoco está por encima de los demás. Olvidó que debe dar ejemplo y esencialmente olvidó que ya no manda nada. Hasta el viernes influía y desde entonces ni eso.
El desagradable episodio con el ejemplar agente de movilidad del Ayuntamiento de Madrid que mantuvo el tipo y no se arrugó salva, al menos de momento, los muebles de Ana Botella. La alcaldesa se ve hoy más candidata que el pasado viernes porque ha caído una de sus grandes rivales. Botella respira y el presidente Rajoy se quita “un muerto de encima” porque las voces que reclamarán ahora un papel relevante para Aguirre en el proceso de elección de candidatos se apagarán irremediablemente y se reducirán al “grupete” de pelotas de la racial dama madrileña.
El vodevil de la multa, atropello y posterior huida merecía, en algunos foros, una más que justificada celebración. Bien podría Botella descorchar una botella de cava y compartirla con Mariano Rajoy. El presidente, al menos, tendría algo que celebrar en vísperas del espinoso debate de la consulta catalana que en horas llega al Congreso condenado al fracaso. El Parlamento dirá no a los anhelos independentistas de Artur Mas que seguirá su viaje al precipicio final para desastre de unos y otros.
La cobardía política del “molt honorable” presidente comenzó el día en que fue obligado a llegar al Parlament en helicóptero. Ese día se percató de que los insultos y amenazas se tornarían en halagos y parabienes sólo con virar al independentismo. Lo hizo y cogió gustillo a la cobardía hasta el punto de que , ni siquiera, se atreve a defender en Madrid su patética locura soberanista.
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