Habré visto unas cuatrocientas veces la película «Casablanca». Y aún conservo la ingenuidad de creer que, algún día, Rick (Humphrey Bogart) se quedará con Ilsa (Ingrid Bergman) y no habrá bombardeo ni cielo que los separe. Como la fe no mueve finales felices, termino por claudicar. Pero me apropio del eco de la frase que sobrevuela por encima del amor, las armas, la virtud y el honor en tiempos de guerra: «Siempre nos quedará París» le dice el enamorado a su amada. Y entonces lloro de felicidad.
Todos deseamos tener nuestro París soñado, más ahora que las balas han hablado. Así que recupero para la memoria literaria el París inmortal, el luminoso, el bohemio, también el miserable, el de la fiesta y el de la desdicha, el que grandes personas escribieron para usted y para mí, el que está en los libros y no hay pistola que calle. Para honrar ese universo invencible he recogido doce títulos que se desarrollan en esta capital de todos los mundos posibles. Ni son todos los que están ni están los que son, (hay una enciclopedia infinita de títulos en materia parisina), pero a mí me bastan para recordar que la literatura no la mata nadie. Va por París, va por la paz:
Notre Dâme, de Victor Hugo (1831), la obra cumbre del francés. La catedral de las catedrales se convierte en un ser vivo cobijando las miserias de un jorobado deforme, su enamorada gitana y el archidiácono, el malvado Frollo. La madre de todas las novelas. Más patria que La Marsellesa.
Papá Goriot, de Balzac (1835). Un padre que termina viviendo en la miseria por dar a sus hijas posición y caprichos en una sociedad que rechaza a las clases bajas.
Claudine en París, de Colette (1901). Toda la sensualidad del París más libertino con la mirada de una mujer adelantada a su tiempo.
Trópico de cáncer, de Henry Miller (1934). Las vivencias del escritor huido de su país, EE UU, y asilado en los ambientes más bohemios y sórdidos donde malvive como narrador.
Suite Francesa, de Irene Némirovsky (1939- Publicada en 2004). La autora no conoció el éxito de este magistral libro porque murió en un campo de concentración en plena Guerra Mundial. Sus hijas, felizmente, la recuperaron. La capital francesa es el punto de partida para una huida de la ocupación alemana buscando la supervivencia lejos de la desolación.
Rayuela, de Julio Cortázar (1963). Este juego de niños es en realidad el modo de entender el laberinto de calles, amores y desamores que Horacio Oliveira y la Maga protagonizan. El surrealismo literario hecho arte.
París era una fiesta, de Ernest Hemingway (1964). La novela total de un americano que descubre en Europa el verdadero reflejo de la luz y de la alegría.
¿Arde París?, de Larry Collins y Dominique Lapierre (1964). La lucha por superar el asedio aleman. Un best seller necesario.
La elegancia del erizo, de Muriel Barbery (2006). La portera de un inmueble parisino es en realidad una sabia que esconde grandes conocimientos sobre la cultura y sobre la vida.
La delicadeza, de David Foenkinos (2011). Una joven viuda convive con el dolor insoportable de su pérdida y el amor que llama de nuevo a su puerta cuando cree no estar aún lista para empezar de nuevo. Su título lo dice todo.
Las hierbas de las noches, de Patrick Modiano (2012). Un escritor recuerda en un café parisino a través de unas cartas su vida en la ciudad, cuarenta años antes. El mejor Nobel.
Y para terminar, un libro que es casi un enunciado de mis intenciones. Y París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas (2003), un homenaje a Hemingway, un tributo al París más libre y eterno.
Sin comentarios