¿Quién me lo iba a decir? Yo que siempre me reí de las trasnochadas reuniones de Tuppersex y de quienes participaban en ellas y aquí me tienes, con otras diez mujeres, profesionales de éxito, muchas de ellas madres, serias, discretas… mirando de reojo una misteriosa maleta roja aparcada en un rincón del salón…



La tensión se palpa en el ambiente cuando la maestra de ceremonias inicia el ritual: se sitúa en el centro de la sala y abre lentamente los cierres de la maleta. Se oyen risitas nerviosas. Hay doce pares de ojos fijos en el cofre que está a punto de mostrarnos sus tesoros: cremas, velas, lencería y todo tipo de artilugios a los que damos la bienvenida con un sorprendido: ¡Oh…!

La «maleta roja» de Rosa
Rosa sabe lo que hace, empieza por lo más suave: lociones,  aceites corporales, bálsamos para retrasar la eyaculación, lubricantes con sabor a frutas (“la de melocotón no, que mi chico es alérgico”, dice una)  y un gel que nos invita a probar (“está frío, chicas, pero es agradable” anuncia otra al regresar del baño).  También hay juegos de mesa, lencería sensual (incluso comestible) y perfumes con feromonas para atraer al “macho”.

 

El plato fuerte llega con los “juguetitos”: Del fondo de la valija Rosa va extrayendo cuidadosamente vibradores de todas las formas, tamaños y colores. Les ha puesto nombres y uno a uno, hace las presentaciones: el Johny, el Gusi Luz (éste es acuático), el galáctico (brilla con luz propia), el taladro (conocido también como “tuneladora” por su tamaño y complejo mecanismo, una auténtica obra de ingeniería), o el macarra (asusta un poco, la verdad)… 

El gran Mario



Y la gran estrella de la noche: Mario, según Rosa el número uno en ventas (ahora ya sabemos por qué).

A estas alturas, la tensión del primer momento se ha relajado y de repente, somos once mujeres despojadas de todo pudor, capaces de compartir nuestros secretos más íntimos entre carcajadas y comentarios desternillantes que nos hacen saltar las lágrimas. No me resisto a contar el momento más cómico, cuando el hijo de la anfitriona aparece por sorpresa y los juguetitos , expuestos sobre la mesa,“vuelan” hacia algún lugar en el que ocultarse.

Otro momento estelar: Rosa concluye su exposición, y nos ofrece la posibilidad de adquirir en el momento algunos de los artículos. En ese instante, once mujeres se lanzan sin ningún recato sobre la maleta y se reparten con avidez el botín: “De éste quiero tres”, “Ése para mi madre”, “Yo dos, que tengo un cumpleaños”, “A mi suegra le va a encantar…” Rosa no da crédito: mira la maleta vacía y saca la libreta de pedidos mientras exclama: “¡Nunca me había pasado algo así!” 


¿Y qué sacamos de todo esto? Una tarde divertidísima que mucho tiempo después seguimos recordando y un arsenal de juguetitos que -por qué no decirlo- animan a superar algunas barreras y a hacer caer más de un tabú.

PD. siempre se ha dicho que estas reuniones estaban hechas por y para mujeres, pero “ellos” también las disfrutan, doy fe. Por cierto, para la próxima reunión necesitaremos un voluntario que haga de conejillo de indias… ¿Algún intruso en la sala?