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La sociedad  retrata su miseria moral e intelectual cuando comportamientos razonables y sensatos pasan a convertirse en noticia con aparatosos titulares de prensa.

Que el Papa Francisco esté al lado de los más pobres, que cuestione comportamientos indignos en un ser humano más allá de que sea o no sacerdote, que critique abiertamente la corrupción o que se avergüence de la incapacidad de Occidente para frenar el drama de la inmigración, no debería ocupar más espacio que el de un breve en diarios e informativos de radio y televisión.

 apapa

Francisco es un Papa valiente y honesto obligado a convertir lo obvio en su gran mérito.  Este Pontífice se limita  a hacer su trabajo. El que han esperado sus fieles durante siglos,  el que anhelaban los creyentes y el que valoran los agnósticos.  

Francisco sonroja a la Curia y al poder con mayúsculas y traslada a la calle el gran problema de una sociedad aburguesada e instalada en la demagogia y la doble moral.  Él es aire fresco para una Iglesia apoltronada en un marketing caduco. Lo hace por convicción pero su postura sería, -en cualquier empresa moderna-, una evidente y razonable opción de mercado para ganar adeptos. Puro sentido común. 

GRIÑÁN LLAMA A LA MOVILIZACIÓN DEL PSOE CONTRA LAS "MENTIRAS Y LAS INFAMIAS"

 

El Papa fue noticia por lo obvio y marcó el camino a una política andaluza que siguió sus pasos. La nueva presidenta de la Junta de Andalucía vino a Madrid a desnudarse intelectualmente para tranquilidad de los votantes huérfanos del sentido común de sus dirigentes. Susana Díaz dijo cosas tan elementales que no deberían  sorprender. Criticó a Zapatero por anunciar brotes verdes en plena crisis y cuestionó al líder defenestrado por las concesiones a Catalunya que abrieron el imparable debate soberanista. Recuperó la sensatez de la que carece un PSOE que hipotecó durante años la “O” de obrero y que arrinconó la “E” de España. Puro sentido común que se echa un tanto de menos en la postura inmovilista del presidente del Gobierno empeñado en negar la “tercera vía” catalana que se antoja como única salida digna para evitar el temido “choque de trenes”. Tiene razón con la Ley y la Constitución en la mano pero ni debe, ni puede estar ajeno a un movimiento social capaz de movilizar a  cientos de miles de almas por una causa. En este problema, como en tantos otros, basta con aplicar el sentido común.