Esta es una historia de miserables e indignos. Lo escucho en JELO -Julia en la Onda- y no doy crédito. Cuenta Ferrán Monegal que «Tele 5″  ha pagado 10.000 euros a la madre del «Cuco» para desnudar sus miserias en «La Noria». Cuesta creerlo y por un momento pienso que se trata de esos rumores convertidos en noticia antes de contrastar plenamente su veracidad. Craso error. Echo un vistazo en twitter y veo que las redes sociales arden con mensajes de indignación. Era verdad.



Hace tiempo que pensé que era imposible hacer más basura televisiva en España. Otro error del Intruso. La bazofia pasada se queda pequeña ante uno de los episodios más infames que guardo en la memoria. Los responsables de este atentado contra la dignidad podrán responder que les ampara el derecho a informar. Incluso alegarán la relevancia del personaje contratado. ¿Relevancia? ¿Es necesario llevar a un plató a la madre de un niñito condenado -repito, condenado- por encubrimiento de uno de los crímenes más aberrantes de los últimos años?



¿Puede asumir una sociedad que una televisión pague por un espectáculo circense protagonizado por la madre de un macarra que sabe -y no lo dice-, dónde está el cadáver de Marta del Castillo? ¿Qué será lo próximo? ¿Multiplicar por 10 la cantidad para que el propio Cuco desfile por el mismo plató a contar lo que NO les ha dicho a policías, jueces y fiscales? ¿Y después…? ¿Se atreverán a pasearle por otros programas convertido en icono mediático?
«El Intruso « no es adivino pero mucho me temo que las respuestas a esta serie de interrogantes están mucho más cerca del sí que del no. 
Me resulta vomitivo ver a la madre del Cuco en una televisión a 5.000 euros la hora. Pero he de confesar que me resulta más aberrante todavía escuchar a quienes pretenden envolver y disfrazar la bazofia en un periodismo mal entendido.

No voy a entrar a valorar si, de verdad, la madre del Cuco tiene algo interesante que aportar. Sólo sé que su presencia en un plató, en medio del juicio, añade más dolor al dolor. 
Más sufrimiento a la tortura psicológica de unos padres despojados de toda esperanza e ilusión. De unos padres que sólo esperan de la vida -triste consuelo-, saber dónde está el cadáver de su hija. De unos padres que pasearon su dignidad en la sala del juicio mirando a los ojos a esa panda de matones inmunes al desesperado llamamiento del fiscal. 
-  ¿Por favor, quieren terminar con el sufrimiento  y decir -de una vez-, donde está el cuerpo de Marta? 
No sirvió de nada. Era de esperar.



Asumo que ante el silencio cómplice de quienes se sientan en el banquillo sólo queda la indignación. Pero me niego a aceptar como normales, determinados comportamientos televisivos que desprecian la moralidad.

Y tampoco acepto como normal el otro episodio indignante de la semana. Dejar las bombas y las pistolas está muy bien. Cambiarlas por tartazos no tanto. Pero, sobre todo, justificarlo  y decir que la humillación y escarnio a un cargo público -por muy dulce que sea-, no es una agresión, me insulta.


¿Pensarían lo mismo los de Bildu si nos defendemos de ellos a tartazos?
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