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Lo confieso. Estoy totalmente enganchada a esta serie americana. Al principio me resistí. Pensé: otra más. Pero la insistencia de unas amigas terminó por hacerme caer. Y aquí estoy, dosificándome los capítulos de la primera temporada. Los alaaaaaargo porque no quiero que se acabe. No sé qué me pasará cuando llegue al último y todavía no haya salido la segunda entrega. Voy a sentir una ausencia tremenda. «House of Cards» es de las mejores series que he visto en tiempo. Y más cuando vives en Washington DC.

Sé que en España Canal Plus la estrenó en febrero, así que si la habéis visto, ya sabéis de lo que hablo. Para los que aún no habéis tenido la ocasión, os animo a que lo hagáis cuando podáis sobre todo si os gustan las películas y series relacionadas con los manejos del poder en la capital política del mundo.

Está muy bien hecha, ambientada, realizada y genialmente protagonizada por Kevin Spacey que encarna a Frank Underwood, un congresista demócrata sin escrúpulos, con desmedida ambición por el poder y una también desmedida sed de venganza contra quienes le han traicionado. Sin reparo alguno. Es de los que creen que «el fin justifica los medios», cualquier medio.  La serie no puede ser más actual. Arranca en enero de 2013 con la toma de posesión del presidente y la decepción de nuestro protagonista al no ser elegido secretario de Estado como esperaba. A partir de ese momento, se abre la veda. Su mujer, interpretada por Robin Wright, es su media naranja perfecta. Calculadora, fría…y hasta donde he visto de la serie, «sin corazón».

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«House of Cards» es la versión americana de la serie británica del mismo nombre de los años 90, que tuvo mucho éxito en su momento, basada en la novela de Michael Dobbs. La interpretada por Spacey tiene además a David Fincher, el director de «La red social», que dirigió los dos primeros capítulos de la serie y es el productor ejecutivo de todos los demás. Habrá opiniones para todos los gustos, supongo, pero pocos dudan de que se ha convertido en un verdadero fenómeno del que se habla mucho, al menos en DC. No he encontrado todavía a nadie que la haya visto y que no esté esperando, como agua de mayo, que estrenen la segunda temporada.

Reconozco que no he visto la original, la británica, así que no puedo comparar. La nueva tiene todos los ingredientes para atrapar: intriga, poder político y mediático, ritmo…en fin, todo lo que se puede cocer en los despachos y pasillos de los que deciden y mandan. Los intereses particulares, los corporativos, la utilización de los medios de comunicación y de sus periodistas. Hasta qué punto un periodista consigue un «scoop» por sí mismo o porque forma parte del plan de otros y se convierte en mero instrumento… Interesante para revisar la profesión y la autocrítica.  En muchos momentos es mejor pensar que lo que vemos en «House of Cards» es sólo pura ficción…

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Y desde luego, es un buen negocio. Como dicen algunos, un producto bien colocado. Y si no que se lo pregunten a Netflix, la distribuidora de  películas y series por Internet, que ha decidido ofrecer sus propios productos y de momento, con «House of Cards» le da muy buen resultado. En los primeros cuatro meses del año, Netflix ha conseguido aumentar sus ganancias en más de un 20% y ha ganado más de dos millones de suscriptores. Se cree que la mayoría gracias, precisamente, a la serie de Spacey (desde luego yo soy una de ellos). Verlo en Netflix puede tener un peligro si una no sabe controlarse. Ofrece la temporada entera, así que como te pille el día tonto, ves un capítulo tras otro sin descanso y te ventilas la serie del tirón.

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Ahora estoy bajo su síndrome. Me divierte ir por Washington e imaginar quién irá en ese coche que parece oficial con cristales tintados, o quién de los que cruza el paso de peatones se dedica a conspirar o quién está a la espera de que le nombren algo importante o le descubran una maniobra política, o quién espía… Bueno, en realidad, en esta ciudad se tiene esa sensación siempre. Estamos tan acostumbrados a ver sus edificios e instituciones en las películas que de alguna manera te sientes dentro de alguna de ellas.

Me quedan ya muy pocos capítulos de los trece que componen la primera parte…Sobreviviré hasta la siguiente temporada. Puede que quizá me decepcione. No es fácil estirarla y que mantenga el interés del principio, pero quizá sí. Y me pregunto: ¿ no podríamos hacer en España series también sobre la política y el Gobierno, sin tener que ponerles siglas, claro? Creo que tendrían mucho éxito y no tiene por qué ser siempre o todo de intrigas y políticos malos. Acordaros de «El ala oeste de la Casa Blanca» (The West Wing). Insuperable.