De pocas prendas se habrá hablado y escrito tanto, con tal análisis, detalle, simbolismo y misterio incluido. Desde aquel 22 de noviembre de 1963, no hemos vuelto a ver el traje rosa de Jackie Kennedy. Aquellos que lo custodian, afirman que cincuenta años después, está como nuevo… excepto por las manchas impregnadas para siempre en su tejido. Pruebas imborrables de un viernes que dejó rota la esperanza y viudo a este inmenso país. El traje rosa, uno de los que más gustaban al presidente, seguirá oculto, al menos, cien años más.
No estaba previsto que ella le acompañara en su visita a Dallas. Hacía tres meses que había perdido a Patrick, un bebé prematuro que sólo vivió dos días. Su muerte la dejó sumida en una inmensa tristeza que le costó superar. El anuncio de que finalmente acompañaría al presidente aquel 22 de noviembre fue, al principio, más noticia que el propio viaje en sí. La elección de su «Chanel» rosa parecía simbolizar que Jacqueline Kennedy volvía a ser la misma. Sonreía otra vez vestida en un modelo alegre y vistoso, símbolo de la mujer independiente de los 60. Ya lo había lucido, al menos, en otras seis ocasiones y le resultaba cómodo para los viajes.
Lo había confeccionado «Chez Ninon», en Park Avenue, Nueva York . Un sastre al que Chanel le habría enviado desde Francia los materiales y patrones para coserlo (aunque esto no está muy claro y hay quien dice que fue una copia). Le daba de paso un aire patriótico por ser un modelo hecho en Estados Unidos bajo el estilo de la inconfundible diseñadora francesa. «Chez Ninon» había creado antes otros modelos para la primera dama, siguiendo su gusto por las líneas sencillas. Al traje rosa lo complementaban un sombrero de la misma tela, unos guantes blancos y un bolso. «Tienes que parecer maravillosa pero sencilla. Demuéstrales a esos tejanos lo que es el buen gusto» dicen que le comentó su marido cuando le preguntó qué iba a ponerse ese día.
Así fue. Hacía buen tiempo y unas doscientas mil personas salieron a la calle en Dallas para recibir a la pareja presidencial. Doce millas de recorrido, del aeropuerto a la ciudad, vigiladas por la policía pero sólo doce agentes del servicio secreto. Todo iba bien hasta que pasó lo que todos hemos visto mil veces. Tres disparos y la historia cambió para siempre.
El rosa del traje de Jackie se tiñó de manchas de sangre. Aconsejaron a la primera dama que se cambiara, pero ella se negó. «Que todos vean lo que han hecho» dijo. Así estuvo el resto del día, así viajó en el avión de vuelta donde Lyndon Johnson se convirtió en el nuevo presidente. Así llegó a la Casa Blanca en la madrugada del sábado 23. Su asistenta metió el traje primero en una bolsa y luego en una caja. En agosto del año siguiente, los Archivos Nacionales recibieron la caja remitida por la madre de Jackie. Sólo le acompañaba una escueta nota que decía:»el traje y el bolso que Jackie llevaba el 22 de noviembre de 1963″. El sombrero y los guantes nunca aparecieron. Debieron perderse en el caos de aquel terrible día.
Desde entonces, el americano Chanel rosa permanece celosamente guardado y custodiado en un cuarto sin ventanas de los Archivos Nacionales, bajo condiciones especiales de temperatura, humedad y ventilación para su conservación. Nunca se ha limpiado. Su única heredera, Caroline Kennedy, ordenó que permaneciera así, oculto al público, hasta por lo menos el año 2.103. En los mismos Archivos está la ropa que llevaba el presidente.
El traje rosa llena estos días muchas crónicas sobre el 50 aniversario de la muerte de JFK. Es parte de la historia, como tantas otras cosas relacionadas con la pareja. Está en los medios y en la calle, donde encuentro escaparates como éste con iconos y recuerdos. Difícil escapar a la curiosidad que Jack y Jackie siguen generando medio siglo después, alimentada también por el filón que supone para muchos la Kennedy-manía. ¿Pasa sólo aquí?
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