Esta noche he abrazado un poco más fuerte a mis hijos. Igual que han hecho millones de padres americanos. Movidos por las palabras de Obama al conocer el tiroteo en el colegio de Newtown, en Connecticut. Impresionados por el estupor y la pena. «Tenemos los corazones rotos» ha dicho un presidente emocionado. No paro de pensar en los padres de esos 20 niños que ayer viernes entraron en el cole como todas las mañanas… y nunca más.

 

Veinte niños, seis adultos, la madre del tirador y él mismo. «Sólo podemos llorar con las familias de las víctimas» apuntaba un médico de los equipos que ayudan a procesar esta tragedia. No hay consuelo. Ni palabras. Supongo que el tiempo termina aliviando tanto dolor. Los demás sólo podemos mostrar nuestra solidaridad y duelo. Porque no se puede pensar en algo así y más si se tienen niños que van a un colegio de primaria en Estados Unidos.

Los días de después siempre son de nuevos datos, análisis e impotencia. De preguntarse qué le pasó a este chico de 20 años para hacer lo que hizo. Por qué en su casa tenía esas armas (eran de su madre, a la que mató primero). Tan fáciles de coger. Tan fáciles de usar. Tan fáciles para matar. De cuestionarse de nuevo la perversa permisividad de las leyes de este inmenso país a la hora de comprar por ejemplo un rifle, algo más fácil de conseguir, en algunos estados, que un paquete de tabaco. Para concluir, una vez más, que poco o nada parece poder hacerse para evitarlo.

La posesión de armas es un derecho recogido y defendido en la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos que data de 1791. Es el derecho a defenderse. El derecho a proteger lo tuyo y a los tuyos. De alguna manera está en su cultura, crecen con ello.  Así pues, las leyes de cada estado ponen muy pocas limitaciones. En Connecticut, sólo piden tener 21 años para comprar un rifle.

Haría falta mucho coraje para emprender una reforma que endureciera y limitara este derecho constitucional. Haría falta mucha valentía para enfrentarse al poderoso lobby de quienes manejan el rentable negocio de las armas, que financian campañas de los dos partidos. Haría falta tiempo, consenso y mucha voluntad política y popular para intentarlo y conseguirlo.

Nadie lo ha hecho hasta ahora. Tampoco Obama aunque ayer anunció que emprenderán todas las medidas necesarias para que tiroteos como el de Connecticut no vuelvan a ocurrir. Lo dudo. La última encuesta de Gallup arroja que el 73% de la población defiende la posesión de armas.La Asociación Nacional del Rifle calcula que en Estados Unidos hay 300 millones de armas en manos privadas.

«No es día para hacer política»  hemos oído después del tiroteo de Connecticut. Incluso he llegado a escuchar que si los profesores hubieran tenido una pistola, la masacre no hubiera sido tanta porque podrían haberse defendido o atacar al agresor…

A las pocas horas del tiroteo, el colegio de mis hijos nos ha enviado un email con consejos para explicar y hablar con los niños sobre estos sucesos. Para que no se traumaticen, para que exterioricen lo que sienten y nos remiten a links como éste http://www.apa.org/helpcenter/aftermath.aspx

Lo he comentado con algunos amigos americanos. Sobrecogidos por este espanto. Algunos son críticos con la posesión de armas pero la mayoría sostiene que no toda la culpa reside ahí. Que esto ocurre en otros países.  Que influyen otras cuestiones, de educación, de cultura en la violencia…de fallos en el sistema, en la sociedad.

Estoy de acuerdo. Pero más allá de análisis, datos, comparativas y justificaciones, hay algo que es incuestionable: alguien enajenado o malo siempre hará más daño si tiene fácil conseguir un arma que si no la tiene a mano. Al triste historial de estos sucesos me remito. Once de las 20 peores masacres de los últimos 50 años han ocurrido en este inmenso país. Quizá se necesite algo más que abrazarse y llorar juntos.