El maratón es una metáfora de la vida. Honesto, cruel, generoso, egoísta, seductor, odioso, implacable y sobre todo sincero. Una prueba, un reto, un desafío, que siempre devuelve lo que le das. Quizás esa sea la razón por la que hace algunos años juré no perderle el respeto jamás. Se acerca el maratón de Boston, faltan 16 días, y llega el tembleque. Podría disimular y tirar de pasado para recordar que pude con él hasta en 13 ocasiones pero no. No pienso hacerlo. Ni quiero, ni puedo traicionarle. Ni quiero, ni puedo engañarme. Quienes alguna vez han desafiado a los 42.195 metros saben de lo que hablo. A dos semanas de la salida, llegan los nervios, la angustia y el miedo a no cumplir expectativas. Hay quienes sueñan con bajar de tres horas, otros acercarse a las tres horas y media, algunos bajar de cuatro horas y la mayoría terminarlo. Es ley de vida. Siempre que hay un objetivo nítido, asoma el vértigo y el temor a no lograrlo presenta sus cartas. Más aún si detrás hay meses de esfuerzos, privaciones, sacrificios y sueños compartidos.
A 16 días de Boston ya toca visualizar los grandes momentos de la prueba. La euforia mezclada con una mirada perdida en la salida, la sonrisa del kilometro 5 , la satisfacción del 10, el poderío del 15, la concentración del 20. Y el paso por el medio maratón donde algunos dicen que empieza , de verdad, la carrera. Pero no…Tú sabes que el maratón espera al kilómetro 30 para presentar credenciales. El momento donde el ritmo decae y la sonrisa se borra. No queda nada del súper hombre de los primeros kilómetros y asoma la piltrafa humana de cualquier maratoniano con pretensiones que enfile el kilómetro 35 de la carrera.
Llega la verdadera soledad del corredor de fondo. La que se siente en Boston, Nueva York, Londres, Chicago, Berlín o en las calles de Sevilla, Barcelona, Valencia o Madrid retratada en este post con la foto que firma @martachavero. Sabes que da igual como lo hayas preparado porque tu cuerpo dirá basta y pasará factura. Y entonces habrá que tirar de lo único que queda. Habrá que echar mano del orgullo y la fortaleza mental. Podría soñar con una entrada triunfal en meta, sobrado de fuerza, y repartiendo besos y saludos al público de Boston pero eso se lo dejo a los atletas con más talento y condiciones. Sé que si me exprimo llegaré justito y tengo claro que me exprimiré.
Así que en las dos semanas que quedan no queda otra: sufrir entrenando para disfrutar compitiendo. O eso espero…Ahora sí, ahora estamos en la recta final de un sueño compartido con el «Comando Berlinés» y bautizado como Road to Boston hace varios meses. El camino está casi hecho y solo falta, pase lo que pase, lo mejor.
Sólo fracasa quien no lo intenta. Los que vais a dejaros allí el cuerpo, la mente y el corazón ya lo tenéis ganado. ¡Vamossss, comando berlinés!!! sois los mejores!!!!!