Entró con paso fuerte y mirada firme. No le quedaba otra. Mariano Rajoy buscó su sitio en la foto de familia de la Cumbre europea mientras mascullaba para sus adentros «no puedo fallar, no puedo ceder». No era un órdago para perder o ganar un juego de mus. Era todo o nada en la ruleta de la política y de los mercados. Todo al rojo o al negro.
Su futuro, su capital político y su país estaban en el aire. Llegó Rajoy convencido de que si no doblegaba el pulso a Angela Merkel la intervención total de España era inevitable. Buscó aliados, -el italiano Monti y especialmente el francés Hollande-, y tiró de orgullo para escapar vivo de la emboscada. Perder no suponía sólo el humillante rescate de España. Suponía su salida de Moncloa, la derrota de toda la clase política y la llegada al poder de un tecnócrata no votado por los ciudadanos.  Esta vez sí, Gobierno y oposición hicieron los deberes. Rajoy llegó a Bruselas arropado por el líder socialista. «Va al Consejo Europeo con todo el apoyo del PSOE, le dijo Rubalcaba. Supo gestionar el apoyo interno y la complicidad de otros líderes europeos para salir vivo de una cita que puede suponer un antes y un después en el asfixiante, angustioso e inacabable acoso de los mercados a España. Esta vez sí, se comportó como el responsable dirigente de un país orgulloso que merece un respeto fuera de casa. Salió de la Cumbre de madrugada con una cara que mezclaba alivio y  satisfacción a partes iguales. Satisfecho por el deber cumplido y aliviado porque acababa de evitar el desastre de España como país.

Puede que a Rajoy, tan aficionado al Deporte, le motivara la actitud ganadora de los futbolistas de España en las semifinales de la Eurocopa. La mirada fría del mejor portero del mundo antes de la tanda de penaltis, la personalidad de un futbolista que se juega su carrera desde los once metros. Las agallas de quien pide tirar un penalti por primera vez en su vida. La valentía de quien reclama tirar el decisivo convencido como estaba de marcarlo. Los Iker, Iniesta, Ramos, Piqué y Cesc dieron algo más que una alegría a los ciudadanos, Demostraron que hay otra España distinta a la que ha aparecido en los últimos meses en toda la prensa internacional. Una España ganadora y desacomplejada. Una España pujante y convencida de sus posibilidades. Un país capaz de gestionar las dificultades con la receta del talento, el trabajo y la humildad. Una España, al menos en lo futbolístico, de leyenda.

 

BIENVENIDOS A LA LEYENDA

Es complicado explicar a las nuevas generaciones lo difícil que es ganar la Eurocopa. Se hace cuesta arriba contarles que llevábamos  92 años sin ganar a Italia en partido oficial o que jamás habíamos derrotado a Francia. Los chavales están acostumbrados a otra España . Han crecido ganadores y les resulta normal ver a Casillas levantar otro trofeo. Pero que nadie pierda la perspectiva. Lo  logrado por los deportistas de «La Roja» es irrepetible. Décadas de agobios, frustraciones y derrotas sólo eran el preludio de un equipo que tardó en llegar pero que ha venido para quedarse. La exhibición española en la final ante Italia está despojada de la épica por lo sencilla pero entra en la leyenda por ejemplar. No hay final de una competición tan importante que se cierre con una superioridad tan abrumadora. Ellos lograron que vuelva a tener sentido el grito de «yo soy español».