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Nunca el Estado había ido tan lejos y jamás se había atrevido a tanto. El poder se limitaba, hasta ahora, a esquilmar a sus ciudadanos mediante los impuestos. No importaba que el dinero llegara a las arcas publicas vía subida de carburantes, alcohol, tabaco, IVA o IRPF. El Estado se amparaba en el bien social y justificaba su voracidad recaudatoria ante una población perpleja y callada. Era una forma legal de «robar» al ciudadano.

Un asalto mucho más digerible que el atraco protagonizado por los próceres  de Bruselas con la odiada a Merkel a la cabeza. Cuando los políticos de la Unión Europea plantean que los ahorradores paguen la factura del desastres económicos similares a los de Chipre están rompiendo principios básicos de la convivencia. Quedarse con el dinero de los depósitos bancarios es legalizar la tropelía, el robo y el saqueo. Hacerlo desde las instancias del poder encargado de velar por la seguridad jurídica de la ciudadanía se convierte en el principio del fin. No roban los bancos, ni las grandes empresas. Lo hacen las instituciones y los políticos que con su ineficacia han llevado al desastre a un proyecto político titubeante y a una unión económica inexistente más allá de la coexistencia de un billete común en la zona euro.

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No cuesta mucho imaginar la talla intelectual del autor de la estúpida idea de castigar a quienes llevan años de sacrificios y austeridad para ahorrar un dinero que les permita soñar con completar con dignidad una jubilación miserable. La decisión de Merkel y sus secuaces castiga a la gente sacrificada y premia a los derrochadores. Golpea a gente de bien y beneficia a los defraudadores. Machaca a quienes pagan sus impuestos y da alas a los delincuentes de guante blanco.

 

EL ESCRACHE

 

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La razón o razones que asisten a los miembros de la Platafoma Antidesahucios se pierden en las formas. Cuando alguien decide convertir una forma plausible de protesta en un acoso a dirigentes políticos elegidos democráticamente en las urnas está cometiendo, guste o no, un delito. Una vez más el fin no debe justificar los medios por muy loable que sea el objetivo. El escrache, el acoso a la privacidad de cualquier individuo es un ejemplo de intolerancia encubierta y disfrazada de falsa progresía. Hubo épocas en las que los nazis señalaban y marcaban las casas de los judíos.  No hace tanto, los terroristas pintaban amenazantes dianas con el nombre de sus potenciales víctimas. Ahora alguien ha decidido una estrategia parecida para señalar a políticos del PP como únicos responsables del drama de los desahucios. Ese alguien , con o sin vinculaciones con los herederos de los terroristas, debe saber y asumir que bordea la legalidad y convierte su cruzada en un ejercicio de matonismo chabacano.

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Sorprende por excesiva la actitud de los miembros más rutilantes y mediáticos del colectivo y su pasividad en las porotestas en otros escenarios. Que se sepa, a día de hoy, nadie ha pedido explicaciones al principal partido de la oposición y nadie acude  a  la sede del  sindicato, cooperador imprescindible y necesario, de ese saque andaluz amparado en falsos expedientes de regulación de empleo.