Couple-sofaRecuerdo que parecía perfecto. Una de esas rara avis que te encuentras una vez cada lustro. Caminaba por el lado exterior de la calle sin que te dieras cuenta, tenía manos grandes, conocía mi lista de deseos mejor que Amazon, jamás decía «me aburro», era buena gente y oye, era guapo. Parecen ingredientes suficientes para cocinar un amor eterno. Pero no.

La tarde de la tragedia todo fluía con especial cadencia. Caminábamos por el centro de Madrid un domingo astromántico sin rumbo fijo. Como quien sabe que cuenta con la tarde entera sin nada más que hacer que acariciar aceras. Nos sonreíamos y de vez en cuando nuestros nudillos se encontraban en el balanceo. Solo se rozaban, pero activaban las terminaciones nerviosas de los extremos más lejanos a nuestras manos.

Aquel día, sin motivo aparente, una canción rebotaba en las paredes de mi cerebro desde que había abierto los ojos por la mañana. La tarareaba mentalmente y sin pensarlo, pasó de la mente a la boca:

“No te echaré de menos en…” y me callé, sonriendo.

SILENCIO.

Sin duda, no me había escuchado. Era la única razón que se me ocurría para justificar que no hubiera completado, cantando, mi frase. 

La repetí. Un pelín más alto, para asegurarme.

“No te echaré de menos en…”

SILENCIO II

Quizá estaba distraído. Quizá pensaba en otra cosa. Quizá cantaba tan mal que prefería no arriesgarse. Quizá, quizá… QUIZÁ NO TENÍA NI IDEA DE CÓMO SEGUÍA LA CANCIÓN.

Que va. No podía ser. Pero si. Era. 

El peor de los presagios se hizo realidad cuando sin imaginar siquiera lo que significaban sus palabras, me dijo:

-¿Qué cantas?

Pero, ¿en qué tipo de cueva insonorizada había vivido aquel tipo su adolescencia? 
¿Con qué habría llenado el casete que le había regalado a la chica aquella que tanto le gustaba en 2º de BUP? ¿Qué sonaría en su iphone cuando se ponía los auriculares y le daba al play? 
¿Qué serie le mantenía clavado en el sofá capítulo tras capítulo?

Todas esas preguntas me asaltaron y me quedé clavada en la calle Fuencarral. El hombre perfecto no había pasado la “prueba del tarareo”.

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Poco a poco descubrí que la música ni fu ni fa, que no se perdía un capítulo de CSI y que estaba enganchado a El Mentalista, que no tenía ni idea de qué hay más allá de Orion, que jamás había visitado Macondo y que ni siquiera sospechaba cómo acaba el caso de la rubia platino. Y eso con un examen básico.

¿Qué importará eso? Podría preguntar algún despistado lector. Pero ay… amigo, ¡importa tanto! Porque todo eso, las canciones, los libros, las películas, las series… son hilos invisibles y fuertes que nos cosen, nos conectan, alimentan nuestros espíritus y nos proporcionan tantas horas de felicidad que si no podemos compartirlas, yo me bajo. Es una cuestión de prioridades. Porque la clave está en compartir, Camela o rock progresivo, cine negro o comedia adolescente. Lo que sea, pero juntos. Y nosotros estábamos demasiado lejos.

De todo eso, tan importante que puede separar o unir personas para siempre, hablaremos aquí, en esta fila siete centradita. Seguro que aquel hombre casiperfecto encontró a una loca de CSI Las Vegas con la que disfrutar y esperar ansiosamente nuevas temporadas.
Yo, poco a poco, le dejé ir aquel cálido septiembre… y nunca le eché de menos.