Mariano Rajoy es un hombre acostumbrado a que lo previsible le haga feliz. Ha vivido una noche plácida después de los resultados electorales en Galicia que dejan en un mal menor el importante retroceso en Euskadi. La mayoría absoluta de los populares gallegos, 41 escaños,  se interpreta, sin ningún tipo de duda, como un espaldarazo a la política de austeridad y como una palmaria señal de desconfianza en el Partido que llevó a España a la crisis.

El triunfo de Feijóo es la victoria de Rajoy en la misma medida que el batacazo de Pachi Vázquez es la clamorosa derrota de un líder de la oposición que a la vista de lo que se avecina,- otro desastre en Catalunya-, va a tener muy difícil llegar como candidato a las próximas  generales. Volarán cuchillos y más de uno se clavará en la espalda de Alfredo Pérez Rubalcaba que sale del «21-0″ desolado por las estrepitosas derrotas de los socialistas gallegos y vascos. Incapaces los primeros de rentabilizar la crisis y los desastrosos datos económicos e impotentes los segundos al no poder sacar réditos electorales del fin de la violencia etarra.  La jornada electoral ha sido, a la postre, la del triunfo de quienes aplican y defienden los recortes y las políticas de austeridad frente a quienes han intentado tomar la calle con mucho ruido y pocas propuestas.

El PP ha salvado los muebles pero nadie en la calle Génova debería sacar pecho y caer en la tentación de pensar que el camino andado es el bueno. El triunfo en Galicia no puede ocultar el desastre del bloque constitucionalista en el País Vasco donde los partidos independentistas ganan fuerza a pasos agigantados. Victoria solvente del PNV y entrada fulgurante y con mucho músculo de los herederos de Batasuna. Suman 48 diputados. Iñigo Urkullu tiene ahora la palabra para decidir si opta por la vía blanda y lenta a la independencia, pacto con el PSE-PSOE, o si se deja querer por Bildu en un pacto que supondría un desafío mayúsculo al Estado español.

Ya no es sólo el problema catalán el que debe preocupar a Rahoy. Tiene por delante cuatro años donde se va a hartar de escuchar a quienes comparan el caso escocés con el vasco o el catalán. No debería hacer más tancredismo político con este asunto del mismo modo que tampoco es bueno que oculte la realidad de una Cumbre comunitaria donde los intereses españoles han sido humillados. El veto de la inalterable Merkel a la recapitalización directa  de la banca española es un golpe tan duro que no se puede solventar con una frase ridícula en un intento desesperado para minimizar la realidad.

 

«MÁS TONTOS QUE BOTELLINES»

Hay semanas en las que uno no está para nada. En las que cobra sentido la frase lapidaria de Carlos Herrera. «En España hay más tontos que botellines», dice con sorna el afamado comunicador. Semanas donde uno se topa  con las declaraciones de un consejero de Interior que llama a saltarse la Ley y al enfrentamiento armado entre «sus» Mossos y el resto de fuerzas del seguridad. Semanas donde un candidato a gobernar en su tierra asegura que el presidente de su Comunidad,elegido democráticamente en las urnas, ha matado a más gente que cualquier banda terrorista.

Semanas donde un grupo de intelectuales gallegos ¿intelectuales? piden el voto para el autor de la barbaridad. Semanas donde otro aspirante a gobernar la Autonomía más poderosa de España resucita el fantasma de la Guerra Civil. Semanas donde una política con décadas de coche oficial a sus espaldas falta a su puesto de funcionaria el segundo día de trabajo después de años y años de críticas a las prebendas de los sindicalistas que se «escaquean».

El ciudadano sólo reclama a los políticos honestidad y responsabilidad. Sobre todo en los momentos de crisis. ¿Qué parte de la frase no habrán entendido Félip Puig, Xosé Manuel Beiras,Tomás Gómez y Esperanza Aguirre?