Apenas tenía un año cuando su ciudad presentó formalmente la candidatura para organizar los Juegos Olímpicos de 1992. Álex Fábregas nació en 1980 y es uno de los escasos 285 deportistas españoles que disfruta del privilegio de participar en la cita olímpica. Juega al hockey sobre hierba en un equipo de Barcelona que ostenta el título de Real. Un club bendecido por la misma Corona de España que respaldó e impulsó el reto olímpico de la ciudad condal. Supongo que nadie le ha explicado a Álex Fábregas que el sueño de Barcelona fue real gracias al empuje de la sociedad catalana y al apoyo entusiasta y comprometido del resto de los españoles. El chaval – o no tan chaval-, ha tenido un elogiable arranque de sinceridad al asegurar que juega con España porque no tiene otra opción. Dice que su himno no es el de España sino «Els Segadors».   Palabras llenas de arrojo pero erradas a juicio del Intruso.

Claro que tiene otra opción. Lo honesto y lo realmente valiente es renunciar a jugar con la selección española. Nadie, absolutamente nadie, le obliga. Él se sentiría realizado y elevado a los altares por el independentismo catalán y daría la oportunidad a otro deportista que, seguramente, sería muy, muy feliz, defendiendo los colores de España.

Lo de Alex Fábregas -más allá de la polémica un tanto anecdótica-, bien podría ser una metáfora de lo que ocurre en España en un momento especialmente delicado. Cuando toca arrimar el hombro y remar en la misma dirección para salir del atolladero se multiplican los voceros de la mediocridad que intentan tapar sus miserias con una irresponsable huida hacía adelante. Sorprende ver como el presidente de la Comunidad Autónoma más subsidiada se permite el lujo de «plantar» al ministro de Hacienda  español para convertirse en adalid de la rebelión contra los recortes. Sorprende Griñán dando lecciones de rigor presupuestario mientras sostiene una estructura instalada felizmente en el lodazal de la corrupción. Sorprenden los catalanes cuando ni siquiera van a ver al ministro   quizás para evitar el sonrojo y esquivar la explicación de cómo es posible dejar de atender a los ancianos que agonizan en sus geriátricos mientras mantienen el gasto en su red de embajadas. Y eso a pocos días de pedir el dinero del rescate al mismo político al que intentan humillar con el plante. Sorprende el presidente canario amenazando con cerrar escuelas y hospitales si el Gobierno le «obliga» a cumplir con el déficit. Y así, uno tras otro en una auténtica bacanal de estupideces que sólo contribuyen a hundir, todavía más, la imagen de España. Griñán, Mas y Rivero no son muy distintos al tal Fábregas del hochey. Es más, son bastante peores. Al deportista  sólo se le puede achacar su cobardía por no llevar sus sentimientos a la última expresión que no es otra que la renuncia a jugar con España.

A esta sarta de políticos  se les puede reprochar, además, su deslealtad con quienes les  votaron en la mayor parte de los casos en nombre de España. La misma España a la que intentan enterrar para angustia y desesperación de un presidente del Gobierno que masculla sus planes de futuro en tierras gallegas. Más vale que Rajoy no se quede sólo en los paseos por la playa. Más vale que se dé un garbeo por la Catedral de Santiago porque va a necesitar la ayuda del apóstol y de quien corresponda. Claro que en el peor de los casos siempre le quedará su ministra Bañez que tiene mano con la Virgen del Rocío. Falta les hace. Falta nos hace.