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El futuro de España está en manos de los casi 200.000 militantes socialistas con derecho a elegir líder del PSOE. Tienen la gran responsabilidad de acertar en la elección del hombre que afrontará la más cruel y desagradecida travesía del desierto en 135 años de historia de una formación que vive su peor pesadilla atrapado en una agónica encrucijada.

La crisis y la descomposición socialista son cicuta edulcorada para cualquiera de los candidatos que han echado cuajo y arrestos para asumir el liderazgo de una formación imprescindible para la gobernabilidad y estabilidad de nuestro país. Ocurre que en situaciones límites y extremas la valentía no basta. Lo grave para el futuro del PSOE y de España es que los cuatro jinetes del particular apocalipsis socialista apenas tienen experiencia de gestión o de Gobierno. Vienen con unos currículos repletos de ilusión pero faltos de tablas. Asusta que el principal candidato pasee su republicanismo mientras su gran rival reclama finiquitar para siempre la inviolabilidad del Rey. No da miedo el indiscutible poso democrático de las declaraciones de intenciones de Madina, Sánchez, Tapias y Sotillos sino su carga populista y demagógica en un momento de especial sensibilidad y de gran debilidad institucional donde la política con mayúsculas se hace más necesaria que nunca.

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Mal vamos si a la crisis económica y al desafío independentista se suma un eventual liderazgo empeñado en competir en radicalismo con la Izquierda Unida de Lara, el Podemos de Iglesias o esa amalgama de pequeñas opciones que busca su minuto televisivo de gloria a golpe de huecas intervenciones , astracanadas parlamentarias y circenses discursos que para desgracia de todos reducen a la nada su ideario político. Y para colmo, el angustioso vacío de poder del PSC sólo agranda el vértigo a lo desconocido. Los socialistas catalanes no terminan de entender que nada castiga más en política que la indefinición. Desde hace tiempo se mueven en tierra de nadie y esa es la causa de la sangría imparable de votos. Su ambiguo discurso no logra réditos entre el electorado independentista , – ya se encarga Esquerra de beneficiarse -, ni entre la masa españolista que puede optar entre PP o Ciudadanos.
España necesita un PSOE fuerte en la misma medida que el Partido de Pablo Iglesias, -el de verdad-, espera el paso adelante de verdaderos hombres de Estado de raigambre socialista dispuestos a inmolarse por el bien de la Democracia. El país afronta una nueva etapa con una Corona rejuvenecida que será incapaz de sortear las graves dificultades que la acechan sin el consenso mayoritario de las grandes formaciones políticas.

 

 

 

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El debate Monarquía o República es sano y necesario pero tiene su momento y no es el actual. El futuro de España se escribe estos días con la proclamación del nuevo Rey Felipe VI y con la elección del secretario general del Partido Socialista. En el discurso de uno y en el apellido ideológico del otro estarán las claves de la convivencia y el progreso.