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El odio es mal consejero y nefasto compañero de viaje. Retrata la mediocridad intelectual y la bajeza moral de quien lo cuida y riega. Deberían saberlo las detenidas por el asesinato de Isabel Carrasco y la chusma que jalea el crimen amparada a veces en el anonimato y siempre en la impunidad momentánea de las redes sociales. Asusta la frialdad de las mujeres que ejecutan a sangre fría a un ser humano y también la saña de ese ejército de “tuiteros” que destilan rencor con comentarios que son o rozan el delito. Nada justifica el asesinato. Ni siquiera el comportamiento supuestamente caciquil de una víctima que convirtió la provincia de León en un Reino de Taifas donde nadie se movía o trabajaba sin su consentimiento. Nadie debe morir asesinado por mucho que la gente que le rodea la considera ingrata, cruel, soberbia y rencorosa.

 

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El Gobierno cumple con su obligación al ordenar a la Policía rastrear y perseguir a quienes confunden la crítica y la valoración con la apología del crimen en Internet. Que cumpla con su responsabilidad no significa que esa sea la solución. Y se equivocaría gravemente si propone una reforma legal para perseguir este tipo de actuaciones porque basta, simple y llanamente, con aplicar la Ley que ya existe.
Con todo, resulta muy complejo acotar jurídicamente lo que ocurre en la Red porque resulta imposible delimitar esa finísima línea roja que separa opiniones críticas de frases delictivas. La mano dura puede funcionar de cara a la galería pero sólo es un brindis al sol que la mayoría de jueces desmontará.

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Parar a esas hordas que asocian su felicidad al mal ajeno sólo es posible con el compromiso ético de los usuarios más sensatos de las redes. Ellos, con su desprecio, sí pueden anular a quien no está preparado para la convivencia ni dentro, ni fuera Internet.

 

MACHISTAS EN CAMPAÑA

 

El desafortunado comentario del candidato del PP a las elecciones europeas ha dado impulso a la moribunda campaña electoral y oxígeno al alicaído PSOE. Dicen las encuestas que los populares mantienen cierta ventaja frente a los socialistas pero la demoscopia es incapaz de medir las consecuencias del desbarre verbal de Miguel Arias Cañete. Su soberana lección de un machismo impropio de los tiempos que corren solo es comparable en estupidez a la tibia y comprensiva respuesta de los dirigentes de su partido empeñados en restar importancia y justificar una frase intolerable.