Les queda la palabra. La misma que se hacía fuerte, desde el viernes, en los cajeros y sucursales bancarias del País Vasco. «Asesinos». En pequeños carteles impresos y en pintadas improvisadas. La voz de la impotencia y la rabia. La voz de una rebelión ciudadana contra una injusticia. El suicidio de Amaya, su salto al vacío poco antes de quedarse sin casa, simboliza la desesperación de un país instalado en el desánimo, la tristeza y la derrota.  Amaya se quitó la vida víctima  de la desesperación de quien mira a izquierda y derecha sin encontrar salida. Su desahucio es uno más pero a la vez es distinto. Ella se ha convertido, quizás sin pretenderlo, en el símbolo de un colectivo que más allá de afinidades ideológicas se limita a aplicar el sentido común. El movimiento  «Stop desahucios», nacido del romanticismo ilusorio de un grupo abocado al fracaso como tantos otros, ha logrado impulsar una respuesta cívica, jurídica y política  capaz de doblar el pulso a los otrora intocables banqueros. Que los 47 jueces decanos de España, con el insultante rechazo del Poder Judicial, impulsen una cruzada contra una gran injusticia social es la señal de que algo tiene que cambiar.

Los jueces se humanizan y cuestionan el principio del cumplimiento estricto de la Ley. Echar a una persona de su casa por ser víctima de la usura y de la crisis puede ser legal pero no es justo. Dejar sin vivienda a alguien que, durante años, ha contribuido a mantener el estado del bienestar del país con sus impuestos es simplemente una canallada. Bienvenida la actitud de los jueces y, con la nariz tapada por su oportunismo, la reacción de los dos grandes Partidos que buscan un gran pacto arrastrados por el clamor social de un drama que no conoce amigos.

Amaya era una mujer muy vinculada al Partido Socialista pero pronto, si jueces políticos y banqueros, no ponen remedio habrá otra Amaya, otra Rosa u otro Juan que haya estado más  cerca del azul conservador que del rojo progresista. Porque esta crisis, esta avaricia, hace tiempo que dejó de entender de colores políticos. No tiene amigos y ni siquiera conocidos, La reforma para evitar los desahucios inhumanos es una de las pocas cuestiones que ha acercado , -a la fuerza ahorcan-. a los dos grandes Partidos. PP y PSOE, tan asustados como los banqueros, buscan a la desesperada una imagen mucho más amable y humana que tapone la sangría de votos que prevén todas las encuestas. Ser un mal gobernante es malo. Ser un gobernante incapacitado para generar un ápice de ilusión es desesperante. Decepcionan unos por su falta de sensibilidad y otros por la ausencia de  alternativas. El PSOE va de desastre en desastre hacia no se sabe donde y el PP se agarra al desafío independentista del mesiánico Mas para arañar un puñado de votos en Catalunya y salvar los muebles de un proyecto global que hace aguas.

Mal tienen que andar ambos cuando reciben con el mismo alborozo el resultado electoral en un país ajeno. El PSOE bendice el triunfo de Obama porque lo siente suyo. Ingenuos. El PP respira aliviado con el triunfo de los demócratas porque en el fondo le da oxígeno e impulso para frenar las políticas de austeridad de la teutona Merkel. Aliada y, sin embargo, no tan amiga.Desahucios y triunfo del carismático Obama. Ahí acaban las afinidades de populares y socialistas que arrancan la semana con un ojo puesto en los mercados y su enésimo acoso a la prima de riesgo española y el otro en una absurda huelga general condenada al fracaso por la ceguera, ineptitud e irresponsabilidad de unos sindicatos que ya sólo pelean por salvar la cara. La suya.