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A estas alturas de mi experiencia en Estados Unidos, si alguien me pregunta qué caracteriza más a este país viniendo de fuera, diría unas cuantas cosas. La mayoría buenas y exportables, otras  menos, y alguna peculiar que cae casi en la contradicción. Sin ir más lejos, la continua alusión a Dios en discursos oficiales y en el papel moneda en un país laico por ley, que separa Iglesia y Estado en la Constitución. Pero hay más, como el límite de edad para según que cosas.

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Por ejemplo, conducir. A partir de los 16 ya se puede tener el carné. En algunos estados incluso antes, si el joven maneja el coche con un adulto al lado. Se supone que son ya responsables para circular. No lo son tanto para beber alcohol. La edad mínima legal para hacerlo son los 21 años. Es de los países más restrictivos en este asunto. Imaginad a esos años cuánto han bebido ya los jóvenes españoles. Claro que igual que en todas partes, una cosa es lo que diga la ley y otra lo que se haga. Claro también, que algunos cuando cumplen los 21,  lo celebran como ellos creen que merecen y se beben hasta las fuentes del parque.

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Pero sí, choca que para beber haya que tener más edad que para votar o para comprar un arma. Contrastes de un inmenso país que a principios del siglo XX y durante 13 años prohibió la venta, producción e importación de alcohol, porque creían que generaba muchos males sociales, traía enfermedades, pobreza, decadencia y delincuencia. Ya sabemos todo lo que vino después. El crimen organizado y más problemas que los que querían evitar.

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Siguiendo con el  alcohol, en Estados Unidos encuentras también lugares donde aún impera  la ley seca. La pequeña ciudad de Damascus, en Maryland, ha sido un buen ejemplo. Durante más de cien años, sus restaurantes y tiendas no podían vender ni un decilitro de vino, cerveza o cualquier otra bebida alcohólica. Si sus vecinos querían darse una alegría tenían que irse a otro sitio…hasta que en las elecciones de noviembre, el 66% de los votantes decidió en referéndum que era hora de levantar la prohibición.

La ley seca imperó en Damascus por tradición y por que la Iglesia metodista, mayoritaria en la ciudad, así lo aconseja.

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Los restaurantes creen que les traerá más clientes y beneficios. Hay otros vecinos que consideran que es una pena volverse como el resto de los sitios, perder identidad, «sabor bucólico», según algunos. Creen que su particular «ley seca» daba un encanto especial y  hacía diferente a esta localidad de apenas 15 mil habitantes. Y hay hasta quien lo considera una especie de traición al espíritu de Damascus y ha decidido no pisar ya más el restaurante o café que ofrezca alcohol.

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Otros lugares tienen sus propias leyes para limitar estas bebidas. La más restrictiva es Alaska. En algunos de sus  pueblos está prohibido por completo importar, vender o tomar bebidas alcohólicas bajo pena incluso de arresto. Son intentos radicales para acabar con el problema de alcoholismo y los suicidios, especialmente entre los inuits, lo esquimales nativos.

Cambio de tercio y voy a lo más positivo. Siempre lo digo. Me gusta mucho el sentido de comunidad de los americanos. De compartir. De devolver a la sociedad lo que la sociedad da. De aportar su granito de arena, en clave donación económica o voluntariado para que los espacios y bienes comunes, sea un parque o un colegio público, sean mejor para todos.

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Me llama mucho la atención los parques infantiles llenos de juguetes, pero no traídos con el nombre de su dueño escrito para que no se pierda o se lo lleve alguien.  Juguetes, palas, cubos, coches, muñecas para todos, que los padres donan al parque porque sus hijos han crecido y nos los necesitan. A cambio, limpian sus  casas de tanto objeto, otros  los disfrutan y no hace falta bajar tan cargado de juguetes al parque. Cómodo, ¿eh?

Me gusta también la cordialidad y lo educada, que en general, es la gente cuando saluda. Aunque no te conozcan de nada. El «have a nice day» se agradece y genera buen ambiente. Como dar las gracias continuamente o pedir las cosas por favor.

El tradicional respeto a las formas se cumple también en política. Incluso entre los más enconados adversarios, lo que hace más civilizada la discusión y el debate. Un ejemplo reciente, cuando el presidente entra en el Congreso para el discurso sobre el estado de la Unión, todos le aplauden y se levantan por respeto a la institución, aunque no les guste nada quien la ocupa, ni su ideología. Cuánto nos queda por aprender.