Hizo un buen discurso. Serio, correctamente estructurado y bien articulado. Pero no bastó. El presidente del Gobierno tiene un gran problema si después de escenificar una brillante intervención parlamentaria sólo logra convencer a los que ya están convencidos. Fía su suerte Mariano Rajoy a que Luis Bárcenas no pueda probar sus graves acusaciones. Algo demasiado arriesgado porque deja su futuro político al albur del extesorero, del juez Ruz, de la Policía o de quienes supuestamente pagaron comisiones ilegales a cambio de los favores del Partido Popular. Si eso ocurriera, y no es descabellado, el futuro político de Mariano Rajoy ya estaría sentenciado.
En España, las mentiras de un político salían gratis hasta la fecha. Es impensable que eso mismo pudiera ocurrir de comprobarse que el líder del PP ha mentido en sede parlamentaria. Hay quien se empeña en comparar el «caso Bárcenas» con el «watergate» que acabó con la dimisión de un presidente de los Estados Unidos.
No les falta razón al apostillar que Richard Nixon tuvo que dejar su cargo no por la comisión de un delito sino por sus mentiras. La norteamericana es otra sociedad, es verdad, pero es inevitable percibir los paralelismos entre Nixon y Rajoy. Vidas paralelas muy a pesar del español. Lo grave para Mariano Rajoy es que dentro y fuera del Parlamento son mayoría quienes parecen dispuestos a dar más credibilidad a la palabra de un supuesto delincuente que a la del hombre que arrasó en las elecciones con una incuestionable mayoría absoluta. En la calle ganan quienes piensan que el tipo que controló las cuentas del PP cobraba comisiones, hacía «montoncitos», se llevaba cruda una parte y entregaba el resto del botín a los dirigentes del partido que troceaban convenientemente la «mordida». Una parte para financiar las campañas electorales y la otra para uso y disfrute de quienes «pasaban por allí» con un cargo de mayor o menos alcurnia. No le van las cosas mucho mejor al PP en las Cortes dónde sólo la complicidad de los catalanes de CIU, -envueltos en el caso Palau y en la probada financiación irregular-, les sirve de alivio y consuelo. El resto no les da ni agua. IU, UPyD y por supuesto las izquierdas nacionalistas e independentistas creen haber encontrado un filón electoral al que se agarran algunos con fuerza y otros con rabia.
Caso aparte es el del PSOE con un líder todavía en peor situación que Rajoy al tener verdaderas dificultades para convencer a los que en teoría deberían estar más que convencidos. Es decir, a sus propios votantes. Si las de Nixon y Rajoy son, en cierta medida carreras paralelas, algo similar se podría aplicar a los líderes del PP y del PSOE. Uno atrapado por el escándalo del tesorero al que él mismo nombró y otro enfangado en un mayúsculo escándalo de corrupción con dinero público vilmente utilizado en el lamentable episodio de los falsos ERE.
España camina a un escenario político de ingobernabilidad gracias a la destrucción paulatina de los dos grandes partidos. La «italianización» de nuestro país puede ser grave pero también podría ayudar a encontrar la solución al problema arrastrado durante más de 30 años. El momento de refundar la política está hoy más cerca que nunca. Los ciudadanos no pueden soportar más este «tufillo» pestilente de mediocridad de quienes han copado los cargos públicos para servirse. Cuando alguien sólo convence a los convencidos debe irse. Se trate del líder del partido que gobierna o sea el líder de la formación política que aspira a ser alternativa. En ambos casos deben irse. Por el bien de todos, por el bien de España.
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