Esta semana he encontrado una de esas historias impactantes que hacen pensar si estamos en el siglo XXI o retrocedemos a los tiempos medievales. Una historia con nombre, apellido y triste final que podía haberse evitado si no estuviera por medio cierta forma de entender la fe. Una historia con un protagonista que ya no podrá contarlo y con otro que fue testigo atónito, fotografió lo que pasaba y siempre arrastrará la cruz de si podía haber salvado esa vida…

El fotoperiodista Lauren Pond  se pregunta en un reportaje si estuvo a tiempo de impedir que Mack Wolford, un pastor de la iglesia pentecostal, muriera ante sus ojos por el veneno de una serpiente cascabel, sin poner remedio. Se pregunta si hizo bien en respetar la decisión de su amigo de no querer ayuda médica porque su fe así se lo decía, o, si por el contrario, debería haberle llevado a urgencias sin más contemplaciones.

El fotógrafo conoció al predicador cuando trabajaba  en un documental sobre los pentecostales y la autodenominada «Iglesia de los Seguidores de los Signos». Entre sus prácticas, está  manipular serpientes peligrosas en los servicios religiosos para probar que son creyentes. ¿Y por qué lo hacen ? Porque siguen al pie de la letra, un versículo del evangelio de San Marcos en el que Jesús dice a sus apóstoles:  «habrá signos que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos y aunque beban veneno, no les hará daño…»

Ya sabemos lo que trae interpretar literalmente la «palabra». El pastor Woldford era un manipulador de serpientes y un activo miembro de su iglesia hasta que pasó lo que años atrás le había pasado a su padre. En uno de esos cultos, le mordió la cascabel y se negó a recibir atención médica. ¿Por qué? porque creía que su fe en Dios le bastaba, porque  ser creyente le salvaría. El veneno no tuvo clemencia.  Su cuerpo agonizaba ante la impotente mirada de su familia y el objetivo de la cámara de Lauren Pond. Ocho horas después de la picadura, el predicador pidió ayuda. Demasiado tarde. Tenía 44 años.

Su caso no es el primero ni será el último. Otras muertes en circunstacias parecidas han llenado antes las páginas de los periódicos  y provocado el estupor general. Pero se quedan en eso y en el dolor de la familia. Prácticas que se extienden por la región de los Apalaches americanos, desde Pennsylvania a Georgia. Al principio,  más propias de iglesias rurales pobres y aisladas pero ahora también, en  la periferia de las grandes ciudades.

Legalmente  hay poco que hacer para impedir estas prácticas. La libertad religiosa está por encima. ¿Cómo es posible que en un país como Estados Unidos se permitan estas cosas? ¿Es realmente más importante el derecho a cualquier tipo de expresión religiosa que a  la propia vida?  «Es la palabra y tenemos que seguir lo que dice la palabra» se consolaba la madre del pastor que ya vió morir también a su marido por idéntica causa. «Ha sido la voluntad de Dios» añadía su hermana.

«Fue la decisión de Mack Wolford. Murió como un hombre coherente y fiel a su fe» se tranquiliza el periodista que inmortalizó sus últimas horas.

Lauren Pond ha estado pensando qué hacer con todo el material de esta historia. Tras consultar con la familia, decidió publicar una selección de fotos y contarlo.»Quizá Mack quería que el mundo conociera esa parte de su fe que pocos pudieron ver», remata. Y yo añado ¿ayuda a denunciar estas realidades o extiende el ejemplo de un «mártir» que inspire a otros?.