En menos de 24 horas, le he visto jugar a la «play» en Roma y semivestido de militar con las tropas en Afganistán. Tiene una labia a prueba de las cuerdas vocales más resistentes. Transmite una seguridad en sí mismo que quizá oculte debilidades. Sus métodos no son ortodoxos ni lo pretende. Parece decidido a seguir su camino, contra viento, marea y prejuicios. Así llegó a donde está. Matteo habla mucho y se le entiende. Vendedor nato con ambición. Otra cosa es que haga todo lo que dice.
Tengo que reconocer que Renzi me gusta. Cuando llegué a Italia y empecé a escuchar sus discursos, aluciné. Es capaz de hablar sin parar y sin un papel delante. Sin titubeos, no pierde el énfasis en las palabras importantes ni el sentido de lo que dice. A veces pienso que no le va a llegar el oxígeno, pero siempre le llega. Coloca el mensaje. Muy claro, para todo el mundo. Escuchándole es difícil no estar de acuerdo y tiene su punto de «showman».
Me dicen que en este bello país juegan con ventaja. Los niños crecen acostumbrados a hablar en público desde muy pequeños, entre otras cosas, porque los exámenes son orales. Se nota. Es difícil encontrar a un italiano que no construya bien las frases o que se quede sin saber qué decir. Hablan, gesticulan, embaucan. Los romanos, además, tienen la peculiaridad de quedarse con la última palabra. Por encima, como el aceite. A veces creo que lo único que les cuesta decir es «lo siento». Lo de pedir perdón y reconocer que han podido equivocarse no lo articulan demasiado. Vuelvo con Matteo que es florentino.
Como sabeis, Renzi llegó a primer ministro sin ganar unas elecciones. En una maniobra política, que sigo sin entender, le dio un empujón a quien estaba al frente del gobierno y era compañero de partido, Enrico Letta, y se hizo con la campanita del mando (la ceremonia de traspaso de poderes). A Letta le faltó tirársela a la cara. Fue hace poco más de un año. En todo este tiempo, Matteo -que se había bregado como alcalde de Florencia- digamos que ha sido capaz de remover la anquilosada política italiana y algo va consiguiendo. Logró aprobar una reforma laboral, un ley electoral -que podría solucionar parte de los males del sistema-, elegir nuevo presidente de la República y ahora va a por la educación y la reforma constitucional.
«Passo dopo passo» como dijo él y más lento de lo que le gustaría. Los enemigos -también dentro de su propio partido dividido- y el sistema no acompañan. Sus detractores le acusan de autoritario y a veces lo parece. La impresión es que cumple aquello de que Italia necesita caudillos que le digan lo que tiene que hacer.
Se mantiene en las encuestas aunque en las últimas elecciones regionales ha tropezado. Aun ganando, perdió muchos votos pero dijo que le servía para ir «avanti» con mayor determinación.
Tiene muchas frases y me quedo con una que ha dicho esta semana:»Italia tiene que despegar. Dejar de ser sólo el país de la belleza del pasado y ser la del futuro». Sus alusiones al patrimonio artístico nacional son continuas y lo vende. Como cuando recibió a Angela Merkel en Florencia y despachó la rueda de prensa conjunta a los pies del mismísimo David de Miguel Angel. Insuperable. Veremos si hay algo más aparte de fachada.
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