Ella es fuerte, su maratón mucho más. Boston se emborracha de un sueño cada “Día del Patriota” y comienza a cocinar el siguiente cuando el último corredor cruza la meta mancillada hace dos años por la estupidez humana. La ciudad lleva décadas cultivando una carrera mítica que se ha ganado a puso el rimbombante título honorífico de “maratón de los maratonianos”.
Ahora ya sabemos porqué. El 20 de abril, Boston amanece con el cielo cubierto y amenaza de lluvia. Lo esperado después de las últimas 48 horas donde cada vistazo a las páginas de previsiones meteorológicas empeoraba el anterior. Vientos de cara de hasta 60 kilómetros por hora, agua sin tregua y sensación térmica de cero grados. Sabíamos que tocaba sufrir pero nos quedamos cortos. Valió de poco el mimo con el que cada runner tomó una de las decisiones más importantes en una carrera con el tiempo en contra. Hubo quien optó por correr en manga corta y quien no renunció a la camiseta térmica para afrontar un reto que se presumía épico.
El maratón de Boston, uno de los más exigentes del calendario internacional, comienza horas antes de la salida. Obliga a un gran madrugón y al traslado en los emblemáticos autocares escolares que aguardan en un céntrico parque de la ciudad. Allí esperan cientos de vehículos con su inconfundible color amarillo y otros tantos voluntarios que despiden a los atletas con una eterna sonrisa y un saludo a mano abierta que recuerda el adiós cinematográfico a los militares que acuden a zonas de guerra.
Afrontamos más 40 kilómetros y una hora de carretera en la que la lluvia aparece con fuerza y confirma los peores presagios. Va a ser muy duro. En Hopkinton, el pequeño pueblo donde se da la salida, todo está organizado al detalle, con mimo. Los voluntarios saludan con cariño e indican el camino a la zona de carpas donde las dos horas de fría espera se matan con café, bebidas energética y algo de comer.
La salida será escalonada y organizada por las marcas acreditadas. Entre la élite y el último grupo que completa los 32.000 corredores que aspiran a llegar a Boston hay dos horas y cuarto de margen. Los 119 años de historia del maratón de Boston se notan en la organización de todos los detalles que rodean al evento. La marea de runners de cada oleada comienza a moverse a 30 minutos de la salida. Un trayecto de más de un kilómetro donde comprobamos las excepcionales medidas de seguridad y el inmenso y sincero cariño de los bostonianos. Llenan los porches de sus casas para decir adiós a una legión de soñadores que quiere entrar en Boston a golpe de zancada. Sólo los más afortunados, los primeros en salir, podrán escuchar el himno norteamericano que precede el inicio de los 42.195 kilómetros del maratón más antiguo del mundo.
La fiesta, o el calvario, ha comenzado. La salida es multitudinaria pero no agobia. Se puede correr al ritmo previsto en un primer kilómetro muy rápido con una gran cuesta abajo que precede a la primera subida de la prueba. Boston es sincero desde el principio y anuncia un perfil muy exigente. La lluvia llega para quedarse en el kilómetro dos y el viento recuerda que quien quiera la medalla de “finisher” la va a sufrir.
El paso por Ashland, el primer municipio que recorre la carretera, es la antesala de lo que va a ocurrir cada vez que la prueba pisa una zona habitada. Cientos de personas en las calles y muchos niños, desafiando el frío, la lluvia y el viento y animando a los corredores. La imagen se repite en Framingham, kilómetro 10, y pasado el 15 en Natick. Poco más de una hora de carrera en la que han atronado los gritos de ánimo que se quedan cortos al llegar a uno de los puntos más emblemáticos de la carrera.
Llegamos al Wellesley College , km 20, y allí esperan las universitarias novatas empeñadas en seducir a los corredores. Dice la tradición que cuantos más se paren a besarlas, mejoras notas sacarán. Sus gritos resuenan cientos de metros antes de pasar su lado. Chillan como si no hubiera un mañana y piden besos a gritos y con carteles. Algunos paran, otros optamos simplemente por chocar las manos para no perder tiempo porque a esa altura de la carrera todavía soñábamos con una marca que se esfumaba dos kilómetros después. La euforia universitaria fue la última de un maratón que comenzaba a cincelar su épica cuando el dolor se instaló en músculos y huesos. Quedaban 20 agónicos kilómetros de frío y molestias musculares donde el ritmo decaía, el reloj tumbaba cualquier aspiración y el “hombre del mazo” aparecía para golpear con una dureza inusual. La segunda parte del recorrido del maratón de Boston es durísima. Dos grandes subidas y muchos toboganes preceden a la mítica “rompecorazones”. Una cuesta larga y empinada que acaba de rematar a los corredores que a esas alturas apenas tienen fuerzas para corresponder a los mensajes de ánimo que llegan desde las calles. Los bostonianos tienen ADN de runner y se toman su apoyo con la misma ilusión y entrega de quienes compiten en la carrera. Por eso duele tanto no poder devolver ese gesto que les hace feliz cuando se dan cuenta de que has escuchado el grito de “Go Óscar”. Los siete kilómetros que restan de maratón se hacen tan eternos como insufribles. Aterido por el frío y la humedad, los músculos parecen estar a punto de romperse. Duelen tanto que suplicas que no haya más bajadas antes de llegar a meta para no castigarlos más. Hace tiempo que la marca se esfumó y solo aspiras a llegar con dignidad y entero para completar los cinco grandes maratones Majors. (Nueva York, Chicago, Londres, Berlín y Boston). A tres kilómetros de meta veo estampado en negro el grito de “Ánimo Comando” en las banderas de España que portan Raquel e Iván. Cabeceo y digo “no he sufrido tanto en mi vida”. A cambio, recibo más apoyo. La parte final de la prueba transcurre por unas calles abarrotadas por un público muy entregado que te lleva en volandas hasta la recta final tantas veces retratada en las imágenes de los atentados de hace dos años. Cruzo la meta en 3:44:54 con una sensación agridulce. Contento por terminar los cinco grandes y decepcionado por una marca muy alejada de las expectativas y que no hizo justicia a los meses de entrenamiento.
Una voluntaria me entrega la medalla y otra me coloca la manta térmica con la que combato la tiritona que aparece para recordarme que he llegado al borde de la hipotermia. Camino hacia la mochila con la mente puesta en mis compañeros del “Comando Berlinés” de los que no se nada. Solo quiero que todos lleguen y que lo hagan enteros. Esa misma sensación la tenían en meta soportando la lluvia, el frío y el viento nuestros amigos @rafavega_ y Alberto Hernández de @runners_es con quienes habíamos compartido largas charlas y consejos de maratonianos bregados en mil batallas.
EL COMANDO BERLINÉS
Y llegaron. @Jfksedano firmó una espléndida marca de 2:52:48 después de un esfuerzo titánico que le devastó. @danifundación nos regaló una MMP de 3:06:23 que tiene más mérito si cabe por el lugar y las condiciones. Ricardo terminó en 3:09:46 y dio el susto del día al llegar a meta con hipotermia de la que fue atendido de urgencia en el hospital de campaña. @Shevi68 volvió a dar una lección de entrega y coraje al firmar otro sub 3: 30 corriendo con una hernia de la que fue operado apenas cuatro días después. @vertice1974 culminó el maratón con unos encomiables 3:32, Miguel entró en meta en 3:34:33 solo seis días antes de culminar, también con éxito, el maratón de Madrid y @PalomaUgarte nos volvió a recordar que si se quiere, se puede y si se puede, se debe. Terminó en 5:02:25 en unas condiciones durísimas. Y mención especial para @Juliomolinacast que se va de Boston con el maratón número 73 en el zurrón. Mucho ha llovido desde su debut en Sevilla en 1985. Desde entonces quema zapatillas por medio mundo y nos deja recuerdos imborrables. Su vídeo de Boston es simplemente imprescindible.
BOSTON MARATON 2015 from Julio Manuel Molina Castellano on Vimeo.
Boston ya es historia y ahora espera el siguiente maratón con ánimo de revancha. Nos vamos de la ciudad convencidos de que nada sería igual sin el apoyo de los que se quedaron en tierra. Gracias a @martachavero @mironmartin, @DesireeGarEs , @EsperanzaG64G @RobertoLealG , José Juan, Marisa, Sofía y @crisdejuan por vuestro seguimiento y mucho ánimo con sus lesiones a @brendamarting y a @jmg_Pacheco a quienes echamos de menos. El «Road to Boston» acabó, ahora espera el «Road to…..» . Quien sabe, queda mucho mundo por disfrutar.
Imposible leer a Óscar sin que se te ponga la piel de gallina. Capaz de transmitir de manera tan cristalina sensaciones y emociones de una carrera que se lo puso muy difícil a todos los miembros de ese Comando Berlinés en el que acabo de aterrizar y del que tan orgullosa me siento. Gente que corre con la cabeza y el corazón, que no se rinde nunca, que vive cada kilómetro con la misma intensidad….valientes, fuertes, generosos. Buena gente y grandes corredores. Ellos son mi ejemplo a seguir. Enhorabuena a todos por haberlo vivido, haberlo sentido…y haber traspasado esa línea de meta que suma otro reto superado. ¡Un abrazo enorme!