LETIZI1

 

Siempre lo digo. Ha sido una de las noticias que más me ha impactado. Tanto, que al principio no me la creí. Me pilló cubriendo unos incendios en California. Llamamos a la redacción para coordinar el envío de crónicas y  directos. Alguien al otro lado del teléfono nos dijo que tenían mucho lío con eso de que Letizia Ortiz era la novia del príncipe. «¿Repite? ¿queeeé? ¿Letizia? ¿nuestra compañera? es una broma»…Y ahí está diez años después. Ha sido la primera y única boda real a la que he asistido de invitada.

 

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Recuerdo que ese 22 de mayo me levanté temprano. Protocolo pedía estar con bastante antelación en el lugar de control y donde nos subiríamos a los autobuses que nos llevarían  a la Almudena. Así que madrugué para prepararme con tiempo. No me maquillo nunca pero la ocasión lo merecía y me puse en manos de quien sabe hacerlo. Mientras me preparaba, pensaba en Letizia.  Qué estaría pensando, qué sentiría en ese momento, estaría nerviosa como cualquier novia en el día de su boda, pero…ella no era como todas. La vida le iba a cambiar de verdad. Radical. Como ya había empezado a experimentarlo desde que se supo su compromiso. Qué vértigo. Todavía me parecía increíble su historia. Terminé de arreglarme. Me puse la pamela -protocolo obliga- y  salí pronto de casa. La boda empezaba a las once y había que estar en la catedral con al menos una hora de antelación.

Pasamos el control de las invitaciones. Recuerdo que no dejaban llevar cámaras de fotos. Había mucho ambiente entre nosotros, entre los que habíamos sido sus compañeros. Todos alucinábamos de vernos en una ocasión así. Letizia se casaba con el príncipe. Nadie había sospechado nada ni intuido nada hasta la víspera de hacerse público su noviazgo. Cuánta discreción. Y allí estábamos. A punto de ser testigos en vivo y en directo de su boda. Una compañera de la tele convirtiéndose en princesa.

Llegamos a La Almudena. El día había amanecido gris y amenazaba lluvia. Pero todavía no había caído una gota cuando hicimos nuestro «paseíllo»  hacia una entrada lateral de la catedral.  Nosotros también teníamos alfombra roja sobre la que desfilamos hasta la puerta, entre las llamadas de los fotógrafos y los flashes. Nos sentimos estrellas por unos segundos. Una vez dentro, nuestro sitio estaba en unos bancos del ala derecha, hacia la mitad de la nave. Estirando el cuello, podíamos ver algo del altar y estirando un poco más, algunos de los más ilustres invitados. Pero poco. En realidad, como mejor vimos todo fue a través de las pantallas de televisión que daban la señal en directo de todo lo que ocurría. Me acordaba también mucho de nuestros compañeros de Televisión Española, de todo el operativo desplegado para ese día. Del enorme trabajo que supone un momento así, preparado durante meses…

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Recuerdo la llegada del príncipe con la reina. La espera. Recuerdo cuando en las pantallas apareció Letizia en coche. El oooh de verla vestida de novia a través de los cristales y la lluvia y  el ohhh de que el tiempo le impidiera venir andando. Recuerdo también cómo sonaban los truenos dentro de la iglesia. Hacía tiempo que no caía un tormentón así en Madrid. Qué casualidad.

La ceremonia fue como todos la hemos visto y escuchado mil veces, con una música más espectacular aún oida dentro de la iglesia y la emoción de unos novios encantados con el momento.

El sol empezó a brillar cuando salimos de la catedral. Recorrimos andando los metros que separan La Almudena del Palacio Real. Hubo un aperitivo de pie en los salones de la primera planta de palacio donde no estábamos con los invitados de las casas reales. Nos perdimos la salida de los novios al balcón y su beso. Y pasamos al almuerzo cuando llegaron los príncipes.  En mesas redondas de ocho, creo recordar. El menú estuvo bien. Me gustó que no fuera excesivo. Después del postre, nos levantamos y nos asomamos al patio central. A ver y escuchar el brindis del rey, del padre de la novia y del príncipe. Fue el momento que más me gustó de la boda.  Se dijeron palabras con mucho significado y sobre todo, sentido. Sonaron auténticas. «…Hoy soy un hombre feliz….me he casado con la mujer que amo» empezó el príncipe. Hasta entonces no le había escuchado hablar en público de una manera tan institucional y con tanto sentimiento a la vez. Tan convencido. Tan él. Una impresión que compartimos los que estábamos allí. Fue emotivo. Y solemne.

Después del brindis, el café y las copas. Pasamos otra vez a los salones donde habíamos tenido el aperitivo. Allí de pie,  charlamos con unos y otros esperando el momento de saludar a los príncipes. Recuerdo que a esas alturas del día, la pamela me empezaba a molestar. Demasiadas horas con ella, demasiado poco acostumbrada, pero había que aguantar. Cuestión de protocolo y de etiqueta. Los recién casados seguían con sus familias y los invitados de las casas reales. Y pasó una hora y otra…y otra…Cuando ya casi eran las siete de la tarde o quizá más, aparecieron. Nos arremolinamos todos alrededor con ganas de ver a Letizia, de preguntarle cómo estaba, de verla de cerca. A ella y al príncipe. Letizia estuvo con nosotros como siempre. Nos saludó, nos besó uno a uno. Nos preguntó qué tal. Debía de estar cansada después de un día así, pero no se lo notamos nada. La vimos muy contenta, feliz, natural y espontánea. Como si nada hubiera pasado. Nos hicieron una foto o varias de nuestro grupo. Fue, desde luego y con mucho, el momento más divertido y entrañable.

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Después de estar con ellos, nos fuimos. Ya estaba casi anocheciendo. Nada más subir al autobús que nos llevaba de vuelta, me quité la pamela. Qué liberación. Como sacarse las botas de esquiar al final del día. Qué descanso. Fue un 22 de mayo intenso. Mucho. Histórico.

Y  otro momento que me impresionó mucho. Pero no del día de la boda. Fue a principios de septiembre de ese año, cuando la vi por primera vez bajar del avión oficial, del brazo del príncipe, a su llegada a Budapest. Era el primer viaje oficial que hacían juntos fuera de España. Como princesa de Asturias. Yo cubría esa visita para los telediarios y estaba allí, a unos metros de ellos. Me impresionó, sí, verla al otro lado de la noticia, alguien que hasta hacía unos meses había sido una compañera de redacción y ahora era la esposa del heredero. La vida te cambia en un instante.