Juro que lo intento. Procuro ponerme en la piel de los jueces que han permitido que al menos tres personas se hayan ido de «rositas» en el caso Marta del Castillo. Intento entender que esos profesionales de la Justicia se han limitado a cumplir escrupulosamente la ley y que han llegado a la conclusión de que,- pese a los indicios y la presión social-, no había pruebas concluyentes.
La sentencia que condena a 20 años de cárcel a Miguel Carcaño y que absuelve de todos los cargos al resto de acusados es la más aberrante que recuerdo en muchos años.
Duele por sus padres, por su gente y por la memoria de Marta. Indigna recordar las miradas desafiantes y la chulería de un grupo de macarras de medio pelo capaces de vacilar a abogados, fiscales, jueces y policías. Estomaga ver cómo un juez de menores sí considera culpable de encubrimiento a «El Cuco» y otro tribunal le deja libre de todos los cargos.
Duele la sentencia y molestan algunas actitudes. El ministro del Interior acaba de llegar al cargo y tiene poca responsabilidad en lo que ha ocurrido y precisamente por eso no era necesario que dijera que el trabajo de los que ahora son sus chicos ha sido ejemplar. Nadie, señor ministro. En este caso han fallado muchos. Ha fallado el juez instructor, ha fallado la estrategia de algunos abogados, han fallado algunos periodistas, -por suerte no todos-, empeñados en convertir el caso en un circo mediático, pero sobre todo ha fallado la Policía. Incapaz de sacar adelante la investigación. Incapaz de hacer «cantar» a una panda de mal nacidos que ni siquiera han ahorrado un poco de dolor,- sólo un poco-, a los padres señalando donde está el cadáver de Marta. Alguien me preguntaba estos días , ¿Intruso, si fuera tu hija que harías? Me guardo la respuesta.
¿UN JUEZ EJEMPLAR?
Es curioso. Contrasta la actitud de un Tribunal que lleva la Ley hasta sus últimas consecuencias pese al varapalo social con la de otro magistrado que pretende hacer bueno el axioma del fin justifica los medios. Pues no señor Garzón. En Democracia, el fin no justifica los medios. Bien lo sabía usted cuando imputó, procesó y provocó el encarcelamiento de la antigua cúpula socialista de Interior por el caso GAL. No sé si lo hizo por justicia poética o por venganza política pero lo hizo. No permitió atajos en la lucha contra ETA. No permitió atajos,- salvando las distancias-, a los que su señoría ha recurrido en el «caso Gürtel». Esta semana, usted se sienta en el banquillo de los acusados por ordenar la grabación,-en los locutorios de la cárcel -, de las conversaciones de los acusados con sus abogados. Se rompió la confidencialidad. Y no la rompió un cualquiera. Lo hizo un juez estrella, – cada vez más estrellado-, que de leyes, se supone, algo debe saber.
No seré yo quien defienda a una panda de chorizos y corruptos. Presuntos, eso sí. No vaya a ser que por la actitud un juez que quiere ser el perejil de todas las salsas también se vayan de rositas. ¿Y si al tribunal le da por anular la prueba de las grabaciones por ilegales?. Pues entonces sólo quedará el consuelo del escarnio, el sonrojo y la vergüenza ajena que han provocado las conversaciones del «Bigotes», la familia Camps y el chico de los 100 gramos de caviar.
Los años de vino y rosas en la Comunidad Valenciana ya son historia. Muy bien reflejada, por cierto, en una fantástica serie de televisión. Ver un capítulo de «Crematorio» sirve también para entender lo que pasó durante años, en esa parte de España que ahora agoniza ahogada por sus deudas.
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