Nadie podrá cuestionar la sinceridad de Artur Mas. Podrán hablar de su ingenuidad o de su irresponsabilidad pero jamás de engañar a sus principios. Conocí al aspirante a convertirse  en un nuevo Companys hace unos años. Entonces sólo era el heredero de Pujol llamado a perpetuar el poder de CIU en la Generalitat catalana. Llegó a Madrid disfrazado de cordero pero ni por esas pudo ocultar sus anhelos de independencia. Aspiraba a un Estado propio y manejaba sus tiempos mirando con un ojo al ala más dura de su Partido y con el otro a los independentistas de Esquerra Republicana.  Superó el trance de perder las elecciones, más bien de no ganar por mayoría absoluta, viendo como el tripartito le hacía el trabajo sucio. Esquerra imponía su criterio, abría embajadas y humillaba a los símbolos españoles  entre los aplausos de Iniciativa  per Catalunya y  el inequívoco respaldo de unos socialistas catalanes confusos y desubicados.

Cuando Mas recuperó el poder se dio de bruces con una ruinosa realidad económica. «Su» nación estaba al borde de la quiebra después de años de derroches y despilfarros sin parangón. La todopoderosa Catalunya, el motor de España, el oasis de la modernidad europea no tenía ni para pagar pensiones, ni para mantener abiertos los hospitales.

Se jugó la baza de la reivindicación del pacto fiscal para frenar el descontento social. La cantinela de «Madrid nos asfixia» siempre funcionó en esa tierra y esta vez no iba a ser distinto. Apoyó la manifestación independentista como método de chantaje y presión al Gobierno de Rajoy pero ni en sueños esperaba una respuesta tan masiva y contundente de la ciudadanía. Mas dejó que alguien encendiera la hoguera y lejos de sofocarla la alimentó. Puso a trabajar a todo gas la maquinaria casino canada propagandística de TV 3 y pasó la factura a la prensa catalana rehén de las subvenciones de la Generalitat. El «Escolta Espanya» de «El Periódico de Catalunya» o el tratamiento informativo del otrora españolista «La Vanguardia» son dignos de una tesis periodística que cambiaría el concepto de la profesión de más de uno. Grupos de comunicación al servicio del poder por un puñado de euros. Allá los grupos Zeta y Godó y su visión cortoplacista de una realidad que aterra a la mayoría del empresariado catalán.

 

Mas se pasó de frenada, se saltó varias etapas en su recorrido a la independencia y se ha metido en un buen lío. Tendrá que adelantar las elecciones al quedarse sin respaldo y deberá decidir si se atreve a incluir la palabra independencia en su programa electoral. Si lo hace habrá fracturado a la sociedad catalana y a su propia coalición. Si no lo hace quedará como cobarde, traidor y charlatán de feria. Hasta entonces se entretiene en divagar sobre cómo sería su Estado catalán. No tendría Ejército, estaría bajo el paraguas de la OTAN, ingresaría en la Unión Europea y hasta podría plantearse la Monarquía. No se sí piensa en algún Borbón o directamente corona como rey de Catalunya a un Pujol. Curioso que la parte de España que más anhela un Estado y reivindica su status de nación jamas haya tenido Reino propio. Pero no será «El Intruso»  quien reste méritos a Catalunya como Comunidad histórica. Menos histórica que los Reinos de Castilla, Aragón, Navarra , León o Granada pero histórica al fin y al cabo.

Haría mal Artur Mas en despreciar el creciente desapego del resto de los españoles hacia Catalunya del mismo modo que el Gobierno de Rajoy cometería un error de inmensas proporciones e imposible arreglo si desprecia la manifestación de un millón y medio de catalanes. Nunca estuvo España tan cerca de romperse y nunca tan necesitada de grandes estadistas. Mas y Rajoy están ante el reto de sus vidas porque la independencia  sería un desastre para unos y para otros. Ni España, ni Catalunya saldrían ganado.

EL BARÇA Y LA CORONA

Es curioso cómo dos instituciones que aglutinan el rechazo más duro de los radicales de uno y otro bando estén llamadas a cohesionar España. La Corona, la misma  a la que los aficionados culés silban en las finales de copa del Rey, y el Barça, el blanco de las iras del españolismo más rancio, están llamados a ser el pegamento del país. La monarquía porque está muy bien vista en una parte importante del soberanismo catalán y el Barça porque más de un independentista tiembla al pensar en una Catalunya donde el Barça esté abocado a jugarse el título de Liga con el Palamós, el Sabadell, el Sant Andreu o, en el mejor de los casos, con el Espanyol.

Por cierto señor Rosell, comience por no engañar  a sus aficionados. En una Catalunya independiente el Barça no jugaría la Liga española. Entre otras cosas porque jurídicamente, a día de hoy, no es posible.