Hace catorce años, un amigo me regaló un libro titulado “La quinta mujer” cuyo autor me sonaba a chino, aunque luego resultó ser sueco. El volumen en cuestión no me inspiró mucha curiosidad, así que decidí cambiarlo por otro en cuanto tuviera oportunidad. Lo llevaba en el maletero del coche esperando ese momento, cuando me tocó ir al médico de forma repentina. Como no tenía nada a mano para leer y yo me vuelvo una irascible e impaciente en los sitios donde me toca guardar turno, cogí el libro de regalo y sin manosearlo mucho para que en la librería no se dieran luego cuenta, empecé a leerlo. En esa consulta de la Seguridad Social nació una historia de amor entre el sueco llamado Henning Mankell y una servidora, que ha durado hasta el 5 de octubre, fecha de su doloroso adiós a los 67 años. Nunca cambié aquel libro.
Este romance platónico me sirvió para conocer a un autor que los expertos han dado en llamar el padre de la novela negra nórdica. Pero a mí, enamorada sin miramientos del escritor pero también del hombre, me parece que Henning Mankell utilizó la escritura para hablar de muchas cosas que no eran sólo literatura negra. Mankell repartió su tiempo y sus obsesiones entre el estado de bienestar que representa su país natal, Suecia, y el continente de los hambrientos, Africa, y concretamente Mozambique, donde dirigía el teatro Avenida en Maputo, la capital.
Su doble vida, donde no se sabía quién era la esposa y quién la amante porque las quería y necesitaba a ambas por igual, le permitió inventar asesinos y también gente noble, describir el temporal del norte y sudar el calor del sur. Rubios corpulentos, contra negros sedientos de agua e igualdad. Todo valía en el universo colosal de Mankell, donde eso sí, un personaje, Kurt Wallander, el inspector que vino del frío, le daría la gloria y la fama. Siempre he visto en la figura de Wallander, aquel policía sabio, leal, solitario, inestable y taciturno de “La quinta mujer” el alter ego de Mankell. Será porque lo he imaginado en su vida personal como al protagonista de la mayoría de sus novelas: el rastreador de emociones y pistas que le permitían dar con el asesino o con el bien, según fuera el argumento ese día.
En “Arenas movedizas”, su último libro, habla Mankell del cáncer que le ha llevado a la tumba pero también de las preguntas que todo hombre debería hacerse sobre el miedo, la muerte, los recuerdos, la herencia que nos perseguirá por encima de nuestra desaparición. He estado pensando qué títulos podría recomendar en este blog, y no se me ocurre ninguno, porque se me ocurren TODOS. Como dijo él mismo, su obra está fraguada con un pie en la arena y otro en la nieve, consiguiendo el difícil equilibrio de escribir y sobrevivir. La nostalgia por esta pérdida está ahí, pero también su amplia y apasionante bibliografía. Escojan y lean.
También Mankell era mi escritor,igualmente Wallander E L DETECTIVE INSPECTOR.
Me acabas de descubrir mi próximo libro para leer.
Gracias.