aargentina1Por Óscar Vázquez, periodista

@oscarvazquezcar

Está a solo un paso de cumplir el sueño que da sentido a su vida pero se le va a hacer muy largo, pesado y costoso. Son mayoría quienes piensan que un pelotero estratosférico como Leo Messi necesita levantar la Copa del Mundo para entrar en el olimpo y ser proclamado el mejor futbolista de la historia.

El argumento,- legítimo-, se cae en pedazos al recordar el puñado de grandes estrellas del balón donde están dos deportistas inmensos que jamás ganaron el mundial. El gran revolucionario del fútbol moderno,- Johan Cruyff-, lo rozó y el genio que nos ha dejado esta misma semana,- Alfredo Di Stéfano-, ni siquiera pudo intentarlo porque jamás lo jugó.
Haría bien Leo Messi en liberarse de esa presión que le consume y empequeñece.

Argentina's fans celebrate their team winning the 2014 World Cup semi-finals against the Netherlands in Buenos Aires

 

La obsesión por ganar el Mundial vulgariza su fútbol, agria su carácter y astilla las verdaderas posibilidades argentinas de heredar la corona que adorna la testa española desde hace cuatro años. La liberación mental del astro culé es la gran esperanza de esa fogosa hinchada argentina que soñaba con disputarle el título a Brasil hasta el punto de inventarse un “hit parade” convertido en himno alternativo del Mundial. “Brasil, decidme que se siente, teniendo casa a tu papa…” vociferan jugadores y aficionados, políticos y funcionarios, chicos y grandes, empresarios y amas de casa.


 

Un país unido por un puñado de estrofas y por un sueño colectivo para endulzar una inmensa crisis institucional agravada por la infamia del populista y demagogo Gobierno de Cristina Fernández.

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El orgullo argentino se agarra al Mundial con más fuerza si cabe después del desastre de sus eternos y soberbios enemigos de la “canarinha”. La humillación planetaria a la que sometieron a los jugadores brasileños ,- de largo la mayor de la historias del fútbol y una de las más grandes del Deporte universal-, debería servir de aviso a navegantes argentinos. Lo peor para Brasil no fue el entierro de su “jogo bonito” y que los niños hayan dejado de soñar el fútbol tal y como lo concebían los que van de amarillo. Lo grave de verdad es que se olvidaron de saber ganar desde hace meses. Los insultos, pitos y abucheos a todo lo que sonaba y oliera a español les ha delatado. Ellos y nosotros veremos la final desde el mismo sitio, el sofá. No es consuelo pero lo tenemos más fácil desde este lado del Atlántico. No cuesta ir con Argentina para mayor gloria de Messi y de sus compañeros de Barça y Madrid pero tampoco cuesta ponerse de lado del más que digno heredero del tiqui taca porque estar con Alemania es apostar por un futbol elegante y magistral.

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Los brasileños, pues eso, que elijan. O su odiada Argentina o el equipo que le humilló por los siglos de los siglos. Al final, el fútbol como la vida, de devuelve lo que le das .