¿Eran necesarios 56 años de terror y más de mil muertos para este ridículo? La escenificación del supuesto desarme de ETA fue inequívocamente patética gracias a la presencia de ese grupo de marionetas muy bien pagadas bajo el pomposo título de “Comisión Internacional de Verificadores”. Protagonistas a sueldo de 750 euros diarios de una falaz pantomima que sólo provocaría una gran carcajada y una sonrisa resignada si detrás de esta inmensa payasada no se escondieran cientos de historias rotas y vidas truncadas. Lo grave no es la puesta en escena cutre y trasnochada de los dos terroristas encapuchados. Tampoco que hicieran pasar por desarme la exhibición pomposa de un puñado de explosivos caducados y varias pistolas.
Ni siquiera el vodevil de recoger los bártulos de matar y guardarlos en una caja de cartón para hacer la mudanza del siguiente paripé. Lo grave de verdad es el aval de un Gobierno vasco con el lehendakari Urkullu a la cabeza que vuelve a estar más preocupados por la dignidad de los verdugos que por la memoria y respeto de las víctimas. Que detrás de este bochornoso paripé esté el “Gernika” define con solvencia la enfermedad mental de unos mafiosos que ultrajan el sentido común y el genio del artista español.
EL DEDO DE DIOS
El dedo del dios popular no lo va tener tan fácil en Madrid como en Andalucía. Suenan tambores de guerra en la capital antes incluso de que Mariano Rajoy haya dicho “esta boca es mía” en el proceso de elección de candidatos al Ayuntamiento y la Comunidad. La antaño baronesa y siempre lideresa Aguirre ha cavado las trincheras mucho antes del estallido de hostilidades. No está dispuesta a que la dirección nacional del Partido imponga sus candidatos, la ningunee y descabalgue sin su consentimiento a los dos gobernantes no salidos de las urnas que doña Esperanza controla desde la sombra. Más allá de la defensa de González y Botella, Aguirre no asumirá dejar de ser juez y parte en el proceso de elección de los carteles electorales del PP en la “batalla de Madrid”. Llegado el caso los sacrificará por un plato de lentejas o un miserable titular que apunte a que “Aguirre y Rajoy pactan las candidaturas madrileñas del PP”. Perejil de todas las salsas y verso suelto del actual PP , Aguirre se resiste a morir con un discurso mitad liberal, mitad radical en función de cómo sople el aire.
Tiene defectos pero nadie podrá negar su innegable tirón entre parte de los suyos, un hiperliderazgo consolidado por golpes de autoridad, falta de escrúpulos y una sobrada autoestima que le lleva a definirse como una “persona encantadora”. Aguirre tiene la curiosa habilidad de escaparse de todos los escándalos que han salpicado a muchos de sus colaboradores. El último ejemplo es la humillación desdeñosa a quien fue su mano derecha en el Gobierno de la Comunidad de Madrid. La forma de escenificar el desprecio a Francisco Granados está en el manual sibilino de una política totalitaria que no hace prisioneros. Sólo le valen los muertos políticos. Cadáveres para su propia salvación.
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