Llegó el calor y se abrieron las terrazas. Antes de tener hijos cuando me asomaba a un balcón miraba al cielo, los árboles, las personas que paseaban por la calle… Ahora mi cerebro es una especie de robot que mide la altura aproximada de la barandilla y calcula el grado de peligrosidad.

Son peligrosos, lo son en esencia, porque sí, porque va en su ADN. Los pequeñajos experimentan y las terrazas son un campo de prueba para la escalada, el lanzamiento de objetos, el salto con jabalina… Así que mejor no  tentar a la suerte. Ya os adelanto que hay profesionales que han pensado en el tema y han encontrado soluciones más allá de llevar a nuestros hijos esposados a la muñeca durante todo el verano. Mirad este sistema tan «apañao» para evitar daños mayores. Es una red de protección , una malla que evita la caída de los niños y no quita visibilidad.

 

La ley obliga a tomar medidas de seguridad en la construcción de las viviendas. Por ejemplo la distancia entre los barrotes de una barandilla o de una reja no debe superar los 12 centímetros para que no puedan meter la cabeza o colar cualquier otra parte inimaginable de sus cuerpos. También las barandillas tienen que tener una altura mínima de seguridad, entre un metro y un metro y diez centímetros, dependiendo de la altura de la vivienda. Además hay que evitar el vidrio o el cristal. Evidentemente lo mejor es no poner macetas, jardineras o sillas que permitan a los «peques» subirse a ellas. Hace un par de semanas me paralizó el accidente de una niña en Madrid. Estaba en casa con la cuidadora y se cayó desde un quinto piso. He pensado mucho en los padres y en esa pobre mujer. Algo así no debería pasar jamás. Lo siento muchísimo.