Pilar era la única pasajera de la patera que no tenía frío, ni hambre, ni se mareaba con el fuerte oleaje. Tampoco sentía miedo aunque sí escuchaba el corazón acelerado de su madre. Pilar estuvo a punto de perderse en la profundidad del mar sin haber nacido. La embarcación naufragó y la mujer, abrazada a su otro hijo de seis años, se fue hundiendo lentamente hasta que la mano del cabo Javier Ferrón les dio una nueva oportunidad.

En realidad mucho más que otra oportunidad, les devolvió la vida y por eso Pilar se llama Pilar. Si hubiera sido niño seguro que le hubieran puesto Javier pero a Lydie -la madre resucitada- le gustó el nombre de la patrona de la Benemérita, o tal vez no le gustó -teniendo en cuenta que en Costa de Marfil debe sonar raro-, pero en esas circunstancias le pareció una buena forma de demostrar su agradecimiento.

Foto de Norteafrica.com

Sabe que lo que hizo el cabo Ferrón supera sus obligaciones profesionales porque se jugó la vida, a cara o cruz, a oscuras y contra un enemigo que se ha tragado a muchos valientes como él. Aún así el cabo Javier Ferrón no se lo pensó: se quitó el arma reglamentaria y las botas y se lanzó al mar. Siguiendo el rastro de las burbujas llegó hasta la mujer, que estaba ya en el fango del fondo marino, a ocho metros de profundidad, y la abrazó para subirla a la superficie. Cuando iba subiendo encontró también al niño, al que colocó sobre su espalda para salvar a los dos a la vez. Cuando estuvo en tierra firme, les hizo una maniobra de reanimación antes de que fueran evacuados al Hospital Comarcal en ambulancia.

Y ahora, que alguien me hable de héroes con superpoderes. Por si no os habéis dado cuenta Javier ve en la oscuridad, no necesita oxígeno, sabe devolver la vida y todo con un pequeño sueldo de funcionario. Para Javier se pide una condecoración y yo desde aquí la exijo. Lo siento, pero hoy quería escribir sobre este guardia civil porque, como periodista, estoy harta de dedicar espacio a individuos que no merecen la pena, que por supuesto no se jugarían sus vidas y que de hecho hacen malabarismos  permanentemente con las de los demás sin perder la respiración. Comienza la época de llegada de pateras y como Javier, otras muchas personas dedican esfuerzo a salvar a los más pobres, los que nunca les pagarán el esfuerzo en metálico. Médicos, personal de Cruz Roja, bomberos, voluntarios… Saben lo que es sacar cadáveres del mar pero también, a veces, pueden abrazar a algún pequeñajo.

Lo malo es que muchos de los que los ven por la tele se llenan la boca con palabras tiernas: ¡Mira qué mono!, ¡Fíjate, pobrecitos!… pero un minuto después recuerdan que son hijos de adultos pobres que vienen porque quieren trabajo. Entonces la sonrisa desaparece y la solidaridad y la compasión… Pero ellos  seguirán jugándose la vida para llegar a un mundo que ya no es tan rico, que resultó ser un espejismo, y en el que sus habitantes intentamos digerir la realidad.

Yo, escribiendo este post, le he explicado a mi hijo de cuatro años qué es una patera. Probablemente no entienda nada pero confío en que con el tiempo sepa que es un niño con suerte. También le he hablado de esos otros héroes.

Y viendo estas fotos tuve una conversación increíble con él. Sobre los bebés, lo que comen, si lloran o no en el viaje, por qué sus papás les meten en esa barca.

 

Ojalá la pequeña Pilar, como Martina, tenga derecho a un Universo propio en este mundo cada vez más inhumano y egoísta.