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Conozco mujeres católicas que han abortado y otras agnósticas que optaron por seguir adelante con embarazos complicados. Unas y otras pudieron decidir libremente,  hablando o no con sus parejas y sin la presión de una ley que limitara sus derechos. La religión es una elección, no una obligación. No se puede legislar desde las creencias.

Y llegó uno de los barones del PP y dijo en voz alta lo que muchos otros insinúan con mayor o menor tibieza. Llegó el presidente extremeño y reclamó al Gobierno, a su Gobierno, una «ley del aborto sin ideología» y fue más allá y añadió que nadie puede obligar a una mujer a ser madre.

Y lo que dice Monago no es contradictorio con el programa electoral del PP por mucho que algunos se empeñen en decir que quienes le votaron ya sabían que habría cambios en la ley del aborto: “Cambiaremos el modelo de la actual regulación sobre el aborto para reforzar la protección del derecho a la vida, así como de las menores». Veinticuatro palabras en plena polémica sobre el derecho de las menores a abortar sin permiso paterno de las que nadie pudo deducir que se iba a eliminar el supuesto de malformación.

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Respeto a las personas religiosas, respeto sus conciencias tan llenas (o no) de amor y moralidad como las de los no creyentes pero en un país aconfesional los motivos relacionados con la fe (cualquiera de ellas) no pueden inspirar leyes. En un país desarrollado en el que la sanidad pública nos ofrece durante el embarazo datos importantes para saber la salud fetal como el pliegue nucal, el hueso nasal, el triple screening o las amniocentesisis no se puede decir a la mujer que -digan lo que digan esas pruebas- están condenadas a seguir adelante hasta en los casos más graves. La prensa internacional ha dedicado editoriales al asunto, el conservador británico «The Times» acusa al gobierno de «abuso de poder» y el francés «Le Monde» asegura en un editorial que «hubo un tiempo en el que España enseñaba el camino en materia de derechos de la mujer» y asegura que con esta norma, España va «contracorriente» en su entorno europeo, algo evidente si vemos cómo está la legislación del aborto en Europa  o en el resto del planeta.

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Ahora queda el trámite parlamentario, queda saber si la disciplina de voto volverá a entenderse en este país de listas cerradas como una oportunidad para mostrar la lealtad al partido o la lealtad al pueblo. Si los que creen que esta ley es mala para la sociedad incurrirán con su voto en una especie de prevaricación política. Ya veremos.